Opinión

Paciencia, obras

Vehículos circulan por la Avenida de Madrid.

Vehículos circulan por la Avenida de Madrid. / Marta G. Brea

Vigo se enfrentará durante los próximos dos años al mayor test de estrés de tráfico de su historia reciente. Un trastorno que se prevé mayúsculo tanto por su duración como por su impacto en la circulación, pero absolutamente necesario para modernizar dos de los viales que soportan mayor volumen de entrada y salida de vehículos. Por un lado, la maltrecha Avenida de Madrid, que tras décadas de abandono finalmente será humanizada gracias a una inversión de 16,8 millones de euros, de los cuales el Gobierno aporta 11,7 y el resto los financia el Concello. Por otro, la rehabilitación del viaducto de Porto, en la VG-20, la principal arteria que conecta los polígonos de Balaídos y Valadares con el cinturón industrial de Mos y Porriño, y que además da acceso al «nuevo Vigo», es decir, a Navia.

Ambos proyectos arrancarán en primavera —según han anunciado el Concello y el Ministerio de Transportes— y tienen un plazo de ejecución estimado de 24 meses. Aunque ya se sabe: este tipo de obras, por su magnitud y complejidad, tienen una fecha de inicio, pero rara vez cumplen con la de finalización. En el caso del viaducto de la VG-20, si les parece que ya lleva años en obras, no es una impresión errónea. Desde 2021, con la velocidad limitada a 70 km/h y alteraciones constantes al tráfico, el puente ha sido un quebradero de cabeza. Es como ir al dentista por un dolor leve en una muela o al mecánico por un ruido extraño en el coche: lo que parecía un problema menor resulta ser algo mucho más grave. Los trabajos iniciales revelaron un fallo estructural crítico, y ahora toca demoler parte del tablero y reforzar toda la estructura, por la que circulan a diario más de 33.000 vehículos, muchos de ellos camiones. En resumen, los arquitectos e ingenieros que diseñaron el viaducto, inaugurado en 2005, claramente no hicieron bien su trabajo.

En cuanto a la reforma de la Avenida de Madrid —que no deja de ser una prolongación urbana de la conflictiva autovía A-55—, es una cuestión de justicia. La imagen que reciben las decenas de miles de personas que usan esta vía a diario, con un tráfico medio de 52.000 vehículos, equivalente a más de 1,5 millones de desplazamientos al mes, es sencillamente lamentable. Y eso sin mencionar el adefesio de la antigua estación de autobuses, ahora convertida en refugio improvisado para una decena de personas sin hogar. Por eso, bienvenida sea la reforma, aunque haya llegado con constantes retrasos en su aprobación por parte de Concello y Ministerio. Las obras se realizarán, como es lógico, por fases para evitar el cierre completo de la avenida, con un diseño que priorizará pasos de peatones, aceras más anchas, rotondas y medianas abiertas, lo que debería mejorar la distribución futura del tráfico.

En definitiva, nos esperan dos años (o más) de retenciones diarias y colapsos (espero que puntuales) para entrar y salir de la ciudad. Pero son obras necesarias: una por dignidad y otra por seguridad. No se puede hacer una tortilla sin romper huevos antes. A ojo de buen cubero, calculo que unos 60 millones de desplazamientos se verán afectados. Solo espero que la planificación sea rigurosa y que las molestias, mínimas. Paciencia, obras.

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