Opinión | Crónicas galantes

Corrupto el último

Sostiene el presidente del Gobierno que los jueces interfieren en la política ordinaria: y sin duda lleva razón. De hecho, la moción de censura con la que Pedro Sánchez descabalgó a Mariano Rajoy para ocupar su lugar en La Moncloa estaba basada en una sentencia judicial que condenó las corrupciones del PP.

Ahora que los jueces investigan si también un exministro y otras gentes del PSOE han incurrido o no en ese tradicional vicio, Sánchez critica al estamento que en su día le facilitó —sin pretenderlo— la llegada al poder. Todo depende de qué lado de la barrera se mire el espectáculo. No se trata de que todos los políticos sean iguales. Habrá unos más iguales que otros, pero sería un poco ingenuo pretender que solo los del bando de enfrente cobran comisiones y meten la mano en la caja.

La corrupción es lacra antigua y transversal que acompaña a la humanidad desde la noche de los tiempos, sin distinguir entre derechas e izquierdas. Si acaso, es mayor en los regímenes dictatoriales bajo el principio de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Lo dijo Lord Acton, que era católico, en alusión al poderío de los papas. Aquí no se salva ni el delegado de Dios.

Para morir no se precisa más que estar vivo, decía Borges por boca de uno de sus personajes en “Hombre de la esquina rosada”. Para corromperse basta con alcanzar el poder que da acceso al BOE, a las concesiones administrativas y a las adjudicaciones de obras. Puede que haya quien se corrompa desde la oposición, pero eso ya sería puro vicio.

Ni siquiera la antigua Roma, imperio modelo en tantos sentidos, consiguió librarse de esta plaga. Ya entonces Cicerón observaba malévolamente la celeridad con la que se enriquecían los gobernadores de las provincias. Y a más modesta escala social, no era infrecuente que los legionarios sobornasen a sus centuriones para no tener que entrar en combate.

«Para corromperse basta con alcanzar el poder que da acceso al BOE, a las concesiones administrativas y a las adjudicaciones de obras»

Desdeñando las enseñanzas de la Historia, los gobernantes y quienes aspiran a serlo no paran de sugerir que la corrupción fue inventada en España (generalmente, por el partido adversario al suyo). Se llegó a decir incluso que el partido X era el más corrupto de Europa, si bien los que tal aseguraban eran incapaces de decir cuáles ocupan los puestos dos y tres —pongamos por caso— en esa misteriosa clasificación.

Se trata de una competencia algo absurda por ver quién ha caído más en la tentación. Inútil esfuerzo. Los dos partidos que vienen repartiéndose el gobierno desde la reinstauración de la democracia han tenido tratos indeseados con la justicia por la mera razón de que gozaban del poder. Sería un trabajo improductivo y algo melancólico —además de agotador— hacer un índice de los cientos de casos de corrupción que han afectado a uno y otro en estos últimos decenios.

Mejor harían en admitir rojos y azules que todos los gobiernos han aportado su parte al muy notable crecimiento económico, social y hasta demográfico que España ha experimentado con la democracia. Pero qué va.

Lejos de eso, siguen empeñados en hacer creer a sus votantes que este es un país de comisionistas y asaltantes de las cajas públicas. Acabarán por conseguirlo.

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