Opinión | Al Azar
El año de la banana de seis millones de euros
Los comentarios en torno a obras de arte se resienten de la ausencia de una ilustración, pero aquí se trata simplemente de una banana fijada a la pared mediante una cinta adhesiva grisácea de unos centímetros de anchura, firmada por el embaucador Maurizio Cattelan y subastada por Sotheby’s en seis millones de euros. Antes de encelarse con la estafa de un precio abusivo, cabe recordar que el plátano adjunta un manual de instrucciones, que aconseja la sustitución semanal de la pieza de fruta para anular la degradación biológica de la singular creación.
Está a punto de concluir el año de la banana de seis millones de euros, una adquisición tranquilizadora en cuanto que garantiza la normalidad de los flujos monetarios, por absurdo que sea su contenido. No es un precio iconoclasta, se ajusta al mercado. En esta dimensión de normalidad capitalista, el plátano adherido a la pared simboliza a 2024 con mayor fidelidad que los retornos de Donald Trump y de Nosferatu, y desde la ventaja de que la fruta es reciclable una vez consumida.
Un plátano de seis millones de euros no reduce al absurdo a la humanidad con mayor fuerza que la guerra de Ucrania, que mata a centenares de jóvenes diarios sin interferir los tránsitos petrolíferos por el país invadido, y donde la mayor preocupación es la falta de munición para ejecutar a más gente. En cuanto a la banalidad de la banana, cualquiera puede crear esta obra maestra en su casa, pero solo una persona ha logrado adherirle una tarifa millonaria. Y solo otro ser humano está dispuesto a desprenderse de seis millones para adueñarse de la fenomenal composición, con el engorro adicional de renovar semanalmente el vegetal. ¿Sentirse propietario de una pieza de fruta es más ridículo que vanagloriarse de poseer palacios que no caben en una tumba?
Una vez demostrado más allá de toda duda razonable que la banana se impone incluso a Trump, habrá que discutir su consideración artística, aquí ya sin competencia del presidente electo. Las críticas al respecto están muy manoseadas, y se sintetizan en que un plátano adhesivo no es arte, por lo que quien paga dicha cantidad debe ser tiroteado como si fuera el máximo ejecutivo de una aseguradora estadounidense. A cambio, pueden escribirse miles de folios sobre un vulgar paisaje pintado con caballete.
La perspectiva desdeñosa se modifica al advertir que la obra no lleva por nombre «Comedian», según la bautizó su autor comediante, ni siquiera le encaja la denominación más detallada de «Banana fijada a la pared con cinta adhesiva». El título correcto es «Pagan seis millones de euros por una banana adherida a la pared», donde la cifra no solo ilumina la transacción, sino que eleva automáticamente la cotización del creador y el comprador. A propósito, el autor de los seis millones abonados es el magnate chino Justin Sun. Se enriqueció en el campo también irreal de las criptomonedas, y eleva su adquisición a «un fenómeno cultural». También quiso tranquilizar a los expertos, remarcando que pensaba comerse personalmente la banana emparedada.
La crítica artística se esfuerza por envolver en su prosa convoluta a la banana, que en la versión de materia prima fue comprada por treinta céntimos a un vendedor bangladesí hacinado en Nueva York. Sin embargo, la obra maestra puede someterse al barroquismo estético. Por ejemplo, evoca con cierta habilidad a una crucifixión de Cimabue, por el arqueamiento torturado en ambos casos del cuerpo fijado al soporte.
Desdeñar la banana equivale a despojar al declinante 2024 de una identidad en condiciones. Atribuir la transacción a un mero capricho censurable en un planeta con importantes bolsas de desnutrición obliga a comparar con actividades económicas serias, como el fútbol. En un caso específico, el jugador belga Hazard le costó al Real Madrid 220 millones de euros a cambio de casi nada, dadas sus prestaciones despreciables a un millón y medio por partido disputado. Salvo despiste, no se ha apreciado una conmoción reseñable en el madridismo por el dispendio injustificado.
El precio del kilo de futbolista se justifica por el dinero que genera esta actividad fundamental. Pues bien, la banana en la pared ha suscitado un debate muy superior al que merece o que podría imaginar Hazard. Por tanto, el emprendedor Justin Sun ha adquirido en realidad una ganga. Todo el mundo conoce a personas ricas, que no suelen figurar entre las más divertidas del planeta, pero el comprador de un plátano por seis millones queda rodeado de un aura especial, el cacareado ‘efecto halo’ que enmarca a las celebridades seductoras.
En el limitado idioma inglés, «volverse bananas» significa enloquecer. Sin embargo, la adquisición de «Comedian» no solo obedece a patrones de racionalidad al completarse con un certificado de autenticidad. Seis millones de euros son también una bicoca por comparación con los 120 millones alcanzados simultáneamente por «El imperio de las luces» de Magritte, compatriota del también sobrevalorado Hazard. La cifra equivale al sueldo de cinco mil aficionados madridistas en un año, y es tranquilizadora porque confirma la existencia de un amplio margen de maniobra para la locura.
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