Opinión

Terrorismo de Estado

Imaginémonos que una agencia al servicio del Estado iraní hubiese asesinado a un general del Pentágono al salir éste de su de domicilio en una calle de Washington. No cuesta creer cuál habría sido la reacción inmediata de la superpotencia. ¿Cuánto habría tardado su fuerza aérea en lanzar un bombardeo implacable sobre Irán?

Algo muy similar a ese hipotético ataque ha ocurrido ahora en Moscú. Sólo que la víctima no ha sido un general estadounidense sino ruso. Y ahí está la gran diferencia por lo que se refiere a la reacción que ese atentado terrorista ha suscitado en la mayoría de los medios de Occidente.

Inmediatamente se ha tratado de justificar el asesinato del teniente general Igor Kirilov con el argumento de que el militar era jefe de la defensa radiológica, química y biológica de Rusia. Kirilov era un mando militar odiado en Ucrania porque había acusado a la CIA y a Kiev de mantener en ese país laboratorios de investigación sobre armas biológicas, algo por cierto reconocido por la ex secretaria adjunta de Estado Victoria Nuland.

El último envío a Ucrania de armas del Pentágono incluía, según datos del propio ministerio de Defensa, además de todo tipo de vehículos militares y municiones, equipos de protección frente a ese tipo de armas prohibidas por la comunidad internacional.

Según fuentes de Kiev, una de las substancias utilizadas en Ucrania por el Ejército ruso es la cloroplicrina, que se empleó ya en la Primera Guerra Mundial.

No es una substancia letal. Hay quien lo compara con el gas lacrimógeno que emplea muchas veces la policía: irrita los ojos y las vías respiratorias y hace perder el sentido de la orientación. También en otra guerra, la de Siria, se ha hablado una y otra vez del empleo de armas químicas por el Ejército del dictador Bashar al-Ásad.

Las acusaciones llegaban siempre del Observatorio Sirio de los Derechos humanos, con sede en el Reino Unido. Ocurre que muchas de esas informaciones nunca se substanciaron y que hubo incluso casos documentados en que no fue el Ejército sirio sino los rebeldes quienes las emplearon y luego acusaron a aquél de ser responsable.

Como toda propaganda de guerra, hay que ser siempre escépticos sobre ese tipo de noticias, algo que no siempre respetan los medios.

El general Kirilov estaba en cualquier caso incluido en una lista de personas sancionadas por las autoridades británicas aunque los argumentos utilizados por Londres para justificar esa inclusión pecan de imprecisos.

El Servicio de Seguridad de Ucrania le declaró, sin embargo, sospechoso de ordenar el empleo de armas químicas contra las fuerzas ucranianas y habló de más de 4.800 casos de ese tipo.

Sea como fuere, el asesinato del general ruso es un claro caso de terrorismo. El Gobierno de Kiev sabe que está perdiendo la guerra y trata a todas luces de provocar una escalada que obligue a la OTAN a intervenir directamente.

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