Opinión

Agárrate fuerte

Algunos días estás tan bien como estás, o razonablemente bien, o bien a secas, o incluso regular, pero acostumbrado ya a esa moderación, que por nada del mundo querrías cambiar. Ni a mejor, o no si eso te va a demandar un esfuerzo superior, de los que te hacen resoplar o chasquear la lengua del fastidio. Agarrarse con fuerza a las situaciones o las cosas que te producen placer o comodidad representa por fortuna una maniobra sencilla para la que no hay apenas que practicar. Te sale natural y casi perfecta sin necesidad de pensar en que la estás ejecutando, como al añadir «gracias» o «por favor» al final de ciertas frases, o al agacharte a recoger una moneda que se te ha caído al suelo.

Agárrate fuerte

Agárrate fuerte

Me atrevo a decir que radica cierto umbral ético en aferrarse a lo que te proporciona comodidad. Ahora bien, ese umbral se alimenta con subjetividades muy variables. Cada quién tiene las suyas. No pocas personas se dan por contentas con la fuerza motora de las rutinas, de la vida en la que se mezclan los días exultantes y los anodinos. Pero hay quien exige más al estado natural de las cosas. En Despertar a los muertos (Muñeca infinita), de Scott Spencer, el protagonista de la novela le pregunta en un momento dado a su novia en qué consiste para ella el sentido del destino, qué busca, y Sarah responde que «una vida de aventuras y derroches increíbles y ya en el último momento…, la santidad». Es otra manera de conformarse, claro está.

En general, el aferramiento implica que estás bastante bien como estás, sinceramente, que no te cambiarías por nadie, y que quieres seguir así siempre. Ojalá nadie venga a tratar de convencerte de lo contrario. Qué sentido tiene, por otra parte, querer estar mal. En qué cabeza entra. Aunque recuerdo que Henry Miller se mostraba feliz con la silla incómoda en la que solía escribir porque tenía la teoría que de trabajar en condiciones un poco enojosas era de enorme utilidad para la imaginación. Personalmente, solo una vez vi a una persona loca por empeorar: pretendía contraer la gripe a toda costa. Aspiraba a estar mal porque aún en ese caso estaría mejor, defendía, que estando bien: todo porque odiaba su trabajo, y las fiebres, los escalofríos, los dolores musculares, la cabeza a punto de explotar le parecían mejor plan que acudir al periódico en el que trabajaba. Y yo lo entendía.

Pero si te encuentras a gusto en un sitio, o ante ciertas circunstancias, te afianzas a ellas con todas tus ansias. Generas la ficción de que te va la vida en ello. A la postre, la biografía de un individuo se reduce a un relato de acaparamiento. Cada quien precisa más o menos cantidad. Depende de tu sentido de la propiedad, del valor que adjudicas a la satisfacción de tu hedonismo, etc. Si es enfermizo, tenderás a pensar que lo que se ocupa por confluencia de circunstancias provisionales, se puede prolongar en el tiempo hasta que, a lo tonto, lo pasajero se vuelva definitivo. Esta determinación en aferrarte a lo que no te pertenece para siempre bien puede volverte patético. Creo que me refiero a algunos cargos.

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