Opinión | Crónicas galantes
Impuestos para todo el mundo
El Gobierno, que siempre anda corto de efectivo, acaba de sacar adelante en el Congreso un nuevo impuesto a la banca. Es una idea que siempre encontrará el favor del público, deseoso de ver cómo se les sacan los untos a los ricos; aunque no esté claro en este caso que la ganancia vaya a distribuirse entre los más pobres.
El propósito parece algo ingenuo. Los banqueros son pocos y, sobra decirlo, tienen el dinero suficiente para pagarse asesores que les permitan regatear las exigencias fiscales del Estado.
Mejor que cobrar mucho a unos cuantos sería ponerle tributos al máximo número de gente posible, con lo que el Estado ganaría más. Bien lo saben las multinacionales de la ropa ‘low cost’, que prefieren ganar poco a muchos que mucho a pocos. Lamentablemente, esta segunda opción no parece muy popular en la medida que a ningún político le gusta perder el favor de sus votantes. Pero hay que intentarlo.
Imaginemos, por ejemplo, un impuesto a la soltería, que en realidad ya fue puesto en práctica por gobernantes mucho más agudos que los actuales. Allá en tiempos de Roma, sin ir más lejos, el emperador Augusto ideó un ‘Aes Uxorium’, impuesto que gravaba a los solterones (no así a las solteronas) reacios a tomar pareja.
Muchos siglos después, una disposición similar fue adoptada en España. Desde el año 1925 hasta 1967 estuvo vigente aquí un «recargo de soltería» para los mayores de 25 años, con la razonable intención de favorecer el matrimonio, que entonces se asociaba a la procreación. Se ignora si la idea tuvo el éxito apetecido.
Un tributo así engordaría, en cualquier caso, la bolsa de Hacienda: y, sobre todo, habría de animar el ímpetu reproductivo de los españoles. La medida parece particularmente útil en Galicia y otras zonas envejecidas de la Península, donde el despacho de féretros excede año tras año al de cunas. La presión fiscal elevaría, sin duda, las cifras de natalidad que no paran de menguar, dada la tendencia de las parejas a sustituir a los niños por perros como animales de compañía.
Otros impuestos de masas podrían añadirse a este. Los nórdicos, siempre a la vanguardia, han ideado un tributo con el que el Gobierno de Dinamarca va a penalizar las ventosidades de las vacas, a razón de 100 euros por res. La medida fiscal es menos extravagante de lo que pudiera parecer. Después de todo, las flatulencias que las vacas expelen por sus tubos de escape contienen mucho metano: y este es uno de los gases responsables del calentamiento de la atmósfera.
Ya resultaría algo excesivo rescatar el impuesto a los barbudos, aplicado en su día en Inglaterra por Enrique VIII y en Rusia por el zar Pedro I. Aunque los políticos mientan por mitad de la barba, no todos se la dejan crecer: y en todo caso resultaría a estas alturas de siglo una intromisión poco admisible en cuestiones de ornato personal.
Aun así, hay muchas otras cuestiones imponibles que se podrían gravar con los correspondientes impuestos, tales que los tatuajes, el reguetón o la gente guapa que injuria con su belleza a los feos.
Infelizmente, el Gobierno ha optado por la vía tradicional de cascarle otro impuesto a la banca. Como si no hubiera más vacas y solteros que banqueros.
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