Opinión | Reflexiones de un viejo outsider
¿Qué hay de lo mío…?
Más allá del gueto cronológico
El pasado mes he quedado sorprendido con una iniciativa que está circulando a través del ruxe ruxe de una serie de personas, entidades y medios afines al tema etario que llevan tiempo en esta pomada. Dado que soy un viejo outsider, es decir, no alineado con ninguna corriente que, de buenas a primeras, defienda la edad como único elemento a tener en cuenta cualquier tipo de discriminación positiva, voy a ser políticamente incorrecto.
Una de las ocurrencias de ese colectivo, hace ya un tiempo, consistió en que a los mayores, sólo por obra y gracia de haber cumplido los sesenta y cinco años, nos atendieran de forma preferente en los bancos. Llegó a tal éxito el tema, con el eslogan marketiniano de: “soy viejo, pero no idiota”, que en aquel momento, tragaron con la misiva, desde la banca a la ministra del ramo, Nadia Calviño. Cuando lo vi, no daba crédito, primero porque la petición de firmas para llevar a cabo esta iniciativa se hacía a través de la red, cuando los mismos que las solicitaban aseguraban que había una brecha digital con los mayores. ¿Entonces quién firmó?: los titulares, los hijos, los nietos, los colegas… Al final lograron que la banca articulara una estrategia exclusivista, de modo que, en vez de atender en horario completo de oficina a todas las personas en ventanilla, al llegar una determinada hora, un poco antes del mediodía, cerraban las compuertas para dedicarse en exclusiva a los afortunados mayores de 65 años, presentaran o no algún problema de índole cognitivo o físico. Es decir, café para los provectos, y ajo y agua desde la frontera de los 65 hacia abajo. No conozco forma más oportuna para generar un enfrentamiento intergeneracional de maduros y sobre todo de jóvenes, con los viejos afortunados por esta medida de discriminación positiva diseñada a partir de un código etario. Era patente el cabreo, cuando alguien llegaba a la ventanilla bancaria a arreglar un asunto y, sin ninguna valoración más o consideración objetiva que la edad, les decían: tú sí, tú no.
Puede que suceda lo mismo con un ministerio de viejos. Ya tenemos de jóvenes e infancia, ahora parece que se intenta sumar el de vejez. Cuando los maduros vean que no tienen uno propio, aunque están ocupados en currar y sacar el país adelante, alguno preguntará ¿Y nosotros en qué ministerio estamos? Al amparo mediático y bloguero, he visto que ya se han empezado a postular y barajar candidaturas de personalidades de los que se dicen popes del envejecimiento y la longevidad.
Pienso que lo suyo es que haya un sólo ministerio que se denomine algo así como de CIUDADANÍA y que esté planteado desde la intergeneracionalidad. Es decir, el ministerio de las personas y que ahí sí, pueda haber una serie de direcciones generales con una división etaria, pero la cabeza debe ser integradora, con perspectiva intergeneracional y no, tal como se hace ahora, considerando la separación etaria como principal punto de partida y articulando ministerios diferentes para cada momento vital de las personas. Ministerios en los que ya, por los títulos que llevan implícitos, denotan efluvios de una especie de apartheid etario de los ciudadanos, atendiendo simplemente y llanamente a la mera cronología de los individuos.
Por contra, los proyectos de la ciudadanía en conjunto deberían ser atendidos desde la cúspide a partir de estrategias globales y evitar la atomización, aunque siempre, como es lógico, entre otros parámetros, se tenga en cuenta los momentos etarios de los diferentes colectivos a la hora de llevar adelante estrategias y acciones concretas, pero siempre atendiendo a la ciudadanía en su conjunto y no, a través de “¿qué hay de lo mío?” en cada bloque de edad, sin coordinar un planteamiento solidario con las necesidades de los demás, de modo que, las discriminaciones positivas que se lleven a cabo en cada rango tengan racionalidad y estén consensuadas por los demás ciudadanos y no disparar al aire, como se hace ahora, sobre todo con los dos extremos: el de jóvenes y el de los mayores, a los que se les premia con prebendas de forma generalizada, sin tener en cuenta más parámetros que los del tiempo que lleva sobre el planeta cada ciudadano. Háblese de la gratuidad del ferrocarril a los jóvenes o la atención en los bancos a los viejos, como ejemplo, aunque hay muchos más. Además, parece que la ciudadanía que queda en el medio: los maduros, esos que curran para mantener el sistema, no tienen ningún tipo de prebenda y quedan fuera de juego olvidados de la mayoría de las estrategias.
Por todo lo que acabo de redactar, se puede ver que no soy políticamente correcto, porque tengo setenta y dos años, y tal como lo expreso, parece que por el hecho de ser viejo tiro la piedra contra mi tejado, pues de verdad, aunque hay gente interesada que intenta venderme protección, no me veo representado por la mayoría de las opciones que proponen en su argumentario, porque de raíz parecen estar edulcoradas con un estigma edadista, ya que se originan a partir del parámetro de la edad como leitmotiv, tal y como sucede en esta última propuesta de gestación de un nuevo ministerio. En mi caso prefiero optar por escenarios sostenibles y frenar cualquier tipo de apartheid etario que no tenga en su ADN la filosofía integradora de la intergeneracionalidad y el cuidado a toda la ciudadanía sin exclusión y sin compartimentos estancos. Por ello, para mí, en vez de sumar un nuevo ministerio al nutrido grupo de la amplia estructura ministerial, optaría, como he señalado, por convertir al que hoy se denomina de Juventud e Infancia en uno de CIUDADANÍA y ahí integrar a todos los seres humanos atendiendo a la diversidad e idiosincrasia de cada colectivo, pero más que desde una visión etaria, desde una perspectiva de momento vital. Porque un nuevo ministerio específicamente dedicado a los viejos y ancianos, separando por un lado aún más a los seres humanos, junto a lo cargado que está el directorio ministerial de la administración del estado, no se me ocurre otra cosa que recurrir a aquel dicho popular, también políticamente incorrecto: “Éramos pocos y parió la abuela”.
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