Opinión | NEWSLETTER DE ECONOMÍA
¿Y ahora qué?
La redactora jefa de FARO analiza la actualidad del sector de la empresa, las finanzas y el mar
En la habitación de mi hermano, hace demasiado tiempo como para ponerle años, solíamos jugar con una pelota de tenis a sabiendas de dos cosas: que no era buena idea −no es que estuviera prohibido, pero los dos éramos un poco brutos− y que acabaríamos rompiendo algo seguro. Y sucedió: aquel jarrón pasó, ya en pedacitos, a un cajón donde obviamente sabíamos que iba a ser localizado en algún momento. Mi despreocupada vida se alteró en ese momento, aunque tardaron bastantes días en encontrarlo, que debe ser que tengo un sentimiento de culpa incisivo de más. ¿Lo volvimos a hacer? Por supuesto, pero poniendo a resguardo todo lo rompible.
La pasada semana tuve el honor de participar en la Colpin, que es la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación. Y me acordé de nuestro estropicio por un montón de historias desveladas por colegas en México, Venezuela, Ecuador o Nicaragua, que fueron distinguidas en una ceremonia que no olvidaré nunca. Sin su trabajo aquel jarrón seguiría escondido en el armario; nuestra desfeita, impune. Qué bueno es el periodismo cuando es periodismo de verdad, y qué falta hace. Por estas latitudes, modestamente, fuimos capaces de destapar quién estaba (presuntamente, que no se me olvide) detrás de la estafa de Hiperxel, ya todos saben quiénes son. O de la de Soling Instalaciones. ¿Lo volverán a hacer? Es posible, pero no en impunidad. O eso quiero pensar. Por horrendo (lo siendo, mamá) que sea el jarrón.
Rota se ha quedado también una empresa que conozco hace unos cuantos años también. Si estás al tanto del sector de la pesca, seguro que tú también: Comercial Pernas (Coper). Quién nos habría dicho hace año y medio, más o menos, que veríamos desaparecer tremenda capacidad industrial. Porque el juzgado ha rechazado su propuesta de reestructuración −los términos que se utilizan en la sentencia son muy duros− y las opciones de futuro se achican. Creo que no somos conscientes del golpe, por más que esto sea libre mercado, que las empresas mueren y todo eso. No hablo de nostalgia.
Me refiero a que, detrás de los grandes números de las insolvencias o liquidaciones −las que ya conoces, como Fandicosta, Videmar, Pevasa o Atunlo− hay una masa de acreedores para los que 10.000 o 60.000 euros pueden ser un pelotazo definitivo. Siempre he pensado que la legislación mercantil española no es lo suficientemente expeditiva ni punitiva cuando se trata de algunos procesos concursales. Por eso nunca entendí, por ejemplo, que la quiebra de Vulcano fuese “fortuita”. ¿Qué le decimos a sus acreedores? ¿Que digieran sus deudas con el perdón? La mayor parte de los sacrificios que han supuesto y supondrán los actuales procesos de reestructuración han recaído y lo harán en los acreedores comerciales: empresas pequeñas, buques, proveedores de materiales… No es justo.
Gentes de Valencia, os mando un abrazo. Y a mis compañeros, que llevan horas y horas contándonos el desastre, mi reconocimiento más sincero.
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