Opinión
Los inmortales
Durante las guerras médicas, a las tropas de élite del ejército persa se les denominaba los inmortales. No es que fuesen una especie de semidioses a los que no se les podía matar. Eran los mejores guerreros medas, pero tan mortales como el pollo de Bonifacio VIII. Un pontífice del siglo XIII, tan aferrado a lo material, que en un banquete proclamó ante sus atónitos invitados que el alma humana tenía tantas posibilidades de sobrevivir a la muerte como el pollo asado que estaba sobre la mesa. En el caso de los persas, se les llamó inmortales porque siempre combatían 10.000 y cuando alguno fallecía en combate o debía ser retirado por sus heridas, era reemplazado por otro para que, al menos, hubiese 10.000 combatiendo.
En realidad, nuestro interés por el concepto del tiempo, la trascendencia, la inmortalidad del alma y el sentido de la vida, viene de lejos. Ya en el siglo V algunos discípulos inquietos le habían preguntado a San Agustín qué estaba haciendo Dios antes del principio del tiempo, a lo que el obispo de Hipona les respondió que estaba preparando un infierno para encerrar allí a los que hiciesen ese tipo de preguntas.
Esta introducción viene a cuento porque se acaba de publicar recientemente en España un ensayo de un periodista estadounidense, Tom Shroder, que compartió alguna de las últimas investigaciones de campo de un prestigioso psiquiatra, muy desconocido en España y posiblemente, también, en la propia Norteamérica. Se trata del doctor Ian Stevenson, cuyos estudios he seguido desde hace muchos años e incluso ha sido fuente de inspiración de alguna de mis novelas. Stevenson ha venido estudiando la inmortalidad del alma, pero desde una perspectiva científica.
Stevenson, director del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia se dedicó a estudiar la reencarnación durante 40 años realizando entrevistas, con sus consiguientes comprobaciones, a niños que decían haber tenido una vida anterior. Salvo muy contados casos, las pocas personas que recuerdan o hablan sobre vidas anteriores son niños comprendidos entre los 2 y los 4 años. Estos recuerdos van borrándose paulatinamente entre los 5 y los 8 años. Los casos de adultos con recuerdos de una vida anterior sin que hayan recurrido a procesos de hipnosis o de algún tipo de terapia son históricamente excepcionales.
En realidad, la reencarnación es una de las creencias espirituales más antiguas de la humanidad, e incluso aún hoy en día tiene muchos adeptos en el planeta, fundamentalmente en Asia, aunque las teorías reencarnatorias fueron borradas del mapa religioso occidental solamente desde la llegada del cristianismo, que, paradójicamente, nacía de una encarnación, el alma de Dios se encarnaba en el cuerpo de Jesucristo. Anteriormente, la reencarnación había sido aceptada por los celtas, pero también por los lombardos en la península itálica, muchos teutones y romanos creían en algunos tipos de transmigración de almas y no pocos sabios europeos la habían, al menos, tenido en cuenta. No solo Pitágoras y Platón. También Empédocles, Virgilio, Ovidio, Plotino y Proclo entre los clásicos. Y más recientemente, Scoto, Kant, Schelling, Leibnitz, Schopenhauer, Giordano Bruno, Goethe, Swedenborg… sin embargo, a medida que occidente abrazaba valores más materiales y ponía distancia con un sentido más trascendente y espiritual de la existencia se ha ido deslizando hacia un estilo de vida atea, aún por mucho que, en la mayoría de los estados europeos, salvo quizás República Checa y Estonia, no sea este el sentir espiritual mayoritario declarado. Por otro lado, algunos descubrimientos cosmológicos y bioquímicos del siglo XX parecían poder explicar la existencia de un reloj sin necesidad de la existencia de relojero, refiriéndome a la analogía de William Paley, (teología natural 1802), analogía, que utilizaría el célebre biólogo ateo Richard Dawkins para bautizar uno de sus libros como, «el relojero ciego», una continuación del «gen egoísta» en donde plantea que no existe una selección natural por especies sino por genes.
Efectivamente, en el mundo clásico se asumía que «de la nada, nada sale», hoy, sin embargo, sospechamos que de la nada puede salir de todo, desde partículas subatómicas a universos, de la misma manera que muchos científicos creen que es cuestión de tiempo que se reproduzca el paso de la materia inanimada a la vida en un laboratorio, siguiendo el experimento de Miller y Urey de 1953, en el que formaron moléculas orgánicas partiendo de sustancias inorgánicas sometidas a las condiciones que imitaban el ambiente de una tierra primitiva.
Pero en 1975, un best seller vino a trastocar, levemente, el devenir materialista y ateo de occidente, ya que en ese año un entonces desconocido Dr. Raymond Moody publicó Vida después de la vida y puso las experiencias cercanas a la muerte (ECM) en el mapa, al describir las vivencias de personas clínicamente muertas y recuperadas en el hospital. Desde entonces se ha abierto una gran polémica entre los que piensan que dichas vivencias son producidas por procesos químicos que tienen lugar en un cerebro moribundo y los que defienden que se trata del proceso de separación del alma del cuerpo, interrumpido por la reanimación. Un proceso como el de la película Ghost, para entendernos.
Lo interesante de la investigación de Stevenson es que en gran parte de sus casos las afirmaciones de los niños resultan corroboradas, incluso en detalles, en ocasiones muy íntimos, que no dejarían espacio al fraude, suponiendo que un niño de 3 o 4 años pretendiese algún beneficio con su historia o fuesen sujetos de manipulación por sus padres hasta ese punto.
¿Se puede afirmar que Stevenson a demostrado con su amplísimo estudio que la reencarnación existe? Pues lo cierto es que no. Hoy en día existen explicaciones alternativas para estos casos. Entre ellas, la criptomnesia o memoria oculta. Es decir, información que tenemos, pero de la que no somos conscientes, algún tipo de telepatía o de posesión espiritista o incluso la herencia genética, ya que algunos biólogos piensan que determinados aspectos de la memoria de los antepasados se podrían transmitir genéticamente a los descendientes. Pero, como dice el Dr. Stevenson, de todas estas explicaciones, la reencarnación es la más razonable. Así que es muy posible que seamos inmortales y que tengamos que seguir evolucionando espiritualmente en vidas futuras. Con lo tentador que sería regresar a una confortable inexistencia a nuestra muerte.
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