Opinión
La escalada
Cada vez hay más países implicados directamente en acciones bélicas
El mundo entero se está convirtiendo en un lugar vulnerable. La estabilidad y la paz empiezan a brillar por su ausencia. Las democracias, amenazadas en su interior por el terrorismo, los choques migratorios y las crecientes desigualdades, y desde el exterior por autócratas ambiciosos, se han puesto a la defensiva. Las urnas ya no dictan la solución de los problemas. Las redes sociales enturbian la vida pública y los gobiernos titubean entre garantizar los derechos adquiridos y ejercer la autoridad de forma más férrea. Las dictaduras dan rienda suelta a su agresividad y son un peligro.
El conflicto que se desarrolla en torno al estado de Israel no ha dejado de producir violencia, de baja intensidad o bélica, durante casi un siglo. Las sucesivas iniciativas de paz han conseguido a lo sumo calmar los ánimos por un tiempo, pero las hostilidades han tardado poco en romper de nuevo. La inhumana masacre perpetrada por Hamás en octubre del año pasado ha provocado una reacción del gobierno israelí multiplicada exponencialmente. El número de víctimas mortales supera con creces el registrado en batallas precedentes y se estima que el 60% de Gaza está completamente destruido y arrasado. No conforme con la represión indiscriminada acometida en territorio gazatí, Israel ha lanzado una ofensiva sobre el Líbano, ha lanzado misiles sobre Siria y a los hutíes, y desafía por todo lo alto a Irán.
Y no es solo el contencioso histórico que mantienen los israelíes y los palestinos por un territorio y el derecho a un estado. El campo de batalla se ha expandido de manera inquietante en los últimos meses. Cada vez hay más países implicados directamente en acciones bélicas. Desde Turquía a Pakistán y Yemen, ejércitos, milicias y fuerzas oscuras lanzan proyectiles sobre distintos objetivos que reciben cumplida réplica. Con la excepción de Israel, considerada una democracia con defectos, los estados, algunos fallidos, y las organizaciones atacantes figuran en la lista de regímenes autoritarios, aunque en algunos casos el calificativo se quede corto, o de grupos terroristas. Existe el temor de que las escaramuzas entre Israel e Irán, con Beirut por medio, acaben en una guerra abierta. El hecho es que cunde la sensación de que el sempiterno conflicto de Oriente Próximo está fuera de control y nos acercamos a una situación crítica para la paz mundial.
Los países occidentales llaman a la contención, con la opinión pública dividida, pero sus exhortos no tienen el efecto deseado. La voz de Borrell parece clamar en el desierto. La capacidad de la Unión Europea para imponer un cese al fuego y arbitrar una convivencia duradera es muy limitada, por no decir nula. Estados Unidos está pendiente de su particular momento decisivo. El poder de persuasión de su presidente es enorme, pero tras su relevo en la candidatura demócrata y a semanas de las elecciones, los actores involucrados directamente en el conflicto aguardan a su sucesor. Netanyahu espera un triunfo de Trump, que trata de ganar el pulso a Harris ofreciendo un apoyo resuelto a la respuesta dada por Israel. Las apuestas están congeladas en un empate desde el debate de septiembre entre los dos candidatos. No se descarta que uno tenga más votos populares y el otro en el colegio electoral. Según quién sea finalmente presidente, puede variar la dirección del conflicto.
Por su parte, China y Rusia observan atentamente lo que ocurre. El conflicto tiene visos de ir a más y entrar en otra dimensión, pero en todo caso ya ha escalado respecto a las anteriores guerras por la disputa entre israelíes y palestinos, que fueron contenidas parcialmente dentro de los límites de la guerra fría. El mundo ha cambiado desde la segunda gran guerra y ahora, además del futuro de los palestinos está en juego el liderazgo político y religioso en Oriente Próximo y se ha abierto la pugna por el cetro de la hegemonía mundial. Más que nunca, es patente la necesidad de una nueva gobernanza planetaria. Una mayoría de la población querría que fuese una gobernanza democrática. Pero ¿es eso factible en las condiciones actuales? Los analistas y políticos que han especulado con tal posibilidad no ocultan su escepticismo. Ni siquiera se vislumbra una reforma de la ONU, siendo urgente como es de acuerdo con una opinión muy compartida. La Unión Europea, precisamente por su origen, las dificultades que ha ido venciendo y sus logros, podría ser el ejemplo a seguir. Claro que para formar parte de ella exige acreditar un carácter democrático.
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