Opinión | AL AZAR
Ellas votan a Kamala, ellos a Trump
Se alza el telón a las elecciones estadounidenses más igualadas desde el Kennedy vs. Nixon de 1960. Ni las vicisitudes estrepitosas, como la lección dialéctica impartida por Kamala Harris a Donald Trump en el cara a cara, elevan la brecha entre ambos candidatos por encima de los tres puntos. Este margen mide el error promedio habitual de los sondeos con respecto al resultado final. Los votantes están atrapados, a menudo en sus propios cuerpos. El fenómeno de implantación mundial de las mujeres progresistas y los hombres retrógrados se acentuará en el desenlace de noviembre.
Ellas votan a Kamala, ellos a Trump. La conclusión muestra un parecido sonrojante al trasnochado Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, pero el tópico se afianza durante la campaña. El muro humano que respalda al magnate republicano en su peregrinación por los estados industriales, que detesta como buen neoyorquino, está compuesto casi íntegramente por varones. Todos ellos parecen prestos a entrar en combate, con el simulacro de sus cascos de obra.
Con la misma alineación previa, Kamala parecía un títere de Oprah Winfrey en el homenaje multitudinario orquestado por la comunicadora, que planteaba a la candidata unos dilemas propios de la televisión matutina. En medio de amontonamiento de peripecias dramáticas individuales, tan acuciantes como carentes de relevancia social, los hombres eran apenas una incidencia en el desfile de reivindicaciones. Meryl Streep y Julia Roberts fueron adoradas como madres nutricias, mientras que se reducía a la mínima expresión a Ben Stiller o Chris Rock.
La afinidad de género provoca disfunciones cuando los candidatos se pretenden ecuménicos. “Estaréis muy protegidas, más protegidas que nunca”, proclama el paternalista Trump envuelto en testosterona. Tampoco está claro que la concentración en la condición femenina aproxime a Kamala al botón nuclear que desea controlar. El espectador abandonaba el despliegue estelar con una incógnita, ¿por qué no es Oprah Winfrey la candidata?
“El fenómeno mundial de las mujeres progresistas y los hombres retrógrados se acentuará en el desenlace de noviembre”
Todos los votos valen lo mismo, pero algunos son más fáciles de conseguir que otros, de ahí la escisión radical por sexos. Este mismo criterio provoca la concentración asfixiante de los candidatos en los siete estados indecisos, donde hay que rematar los 270 votos electorales. Trump y Kamala giran como hamsters por Arizona, Nevada, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Carolina del Norte y Georgia. En noviembre no se disputan unas elecciones nacionales, una vez que feudos como Florida, Texas, California o Nueva York se yerguen inexpugnables.
El dualismo entre la Buena y el Malo se propaga a los argumentos esenciales. Las elecciones definirán el peso relativo entre el aborto abanderado por los demócratas y la inmigración en la que confían los republicanos para enardecer a sus huestes. Se trata de asuntos que golpean en lo más íntimo a la dignidad humana, pero que aquí se pulimentan y afilan como armas de campaña. Se trivializan, con exageraciones de folletín por ambos bandos. El exceso banaliza las tragedias.
Pese a los esfuerzos por trazar fronteras nítidas, ni siquiera en aborto y migración se puede hablar de una disyuntiva definida. A Trump le presagiaron que nunca sería candidato republicano, porque estaba a favor de la libertad de las mujeres para elegir. En el bando contrario, Harris y Tim Walz introducen tantas cláusulas del estilo de “aunque uno no esté personalmente de acuerdo con la decisión de la futura madre”, que cuesta apreciar si aprueban o reprueban la interrupción del embarazo.
Este solapamiento se transmite a los conflictos migratorios, donde Harris finge la dureza y el refuerzo de las fronteras que no ha llevado a cabo desde la Casa Blanca. Mientras tanto, los acólitos de Trump transmiten a la opinión pública que las deportaciones masivas pregonadas por su jefe son una forma de hablar, porque el magnate necesita a extranjeros que cuiden la manicura de sus campos de golf.
El maniqueísmo empuja a concluir apresuradamente que es imposible encontrar a dos personas más antagónicas que Harris y Trump, hasta que se entra en el detalle. El expresidente se ufanaba en vísperas de su elección en 2016 de que “puedo disparar a un tío en la Quinta Avenida, y no perdería un voto”. Suena insuperable, pero la vicepresidenta doblaba la apuesta, al eliminar ante Oprah el lenguaje hipotético. “Tengo pistola, y si alguien entra en mi casa va a recibir un balazo”. Bonito estribillo para la candidata del feminismo.
Los demócratas no basan su fe en el debate en sí, confían en que haya marcado el comienzo del declive del gran demagogo. Enfrente, Trump ha reconstruido su imagen, aunque sin alcanzar de momento el fulgor de sus días de gloria. Para el espectador a secas, es muy fácil olvidar a Kamala, su rival es inolvidable. Manque pierda.
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