Opinión | el correo americano
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Iba conduciendo por el barrio cuando divisé una pancarta enorme que cubría casi toda la fachada de una casa. En ella había una cita que reconocí al instante: “Se están comiendo a tus perros”. Era lo que dijo Trump durante el debate presidencial refiriéndose a unos inmigrantes de origen haitiano que residen en Ohio. Oh, no, pensé. Alguien ha recibido el mensaje. Inmediatamente detuve el coche; quería comprobar hasta dónde había llegado el viaje alucinógeno del personal. Porque había más carteles, más eslóganes, más palabras. Sin embargo, cuando me acerqué, tuve la oportunidad de leer la letra pequeña. El autor de la cita era “un imbécil” y el candidato al que apoyaban era “cualquiera menos Trump”. Luego, en otro rincón, se mostraba una lista de las razones por las cuales el expresidente no es un tipo fiable.
Esta decoración me dejó un tanto confundido e inquieto. En primer lugar, porque desde lejos parecía todo lo contrario. El ostentoso estilo de la contrapropaganda se confundía con el festival kitsch que suelen montar los seguidores del candidato republicano en sus propiedades. Digamos que no suele primar el minimalismo entre la gente de MAGA. En segundo lugar, porque la ironía funciona tan mal en la radio como en el jardín. Quienes se pasen por delante de ese edificio, especialmente si lo hacen en automóvil, al menos que se acerquen, como yo, para explorar en profundidad el contenido de los anuncios, podrían pensar que ahí residen unas personas realmente preocupadas por la seguridad de nuestras mascotas.
El movimiento populista en Estados Unidos, además de cambiar las reglas del juego, ha logrado imponer sus formas. Del mismo modo que algunos demócratas flirtean con las noticias falsas y su posible eficacia electoral (véase a Elizabeth Warren en la Convención Demócrata haciendo una broma sobre J.D. Vance a propósito de un bulo), muchos votantes sienten la necesidad de derrotar a Trump recurriendo a las estrategias de este último. Otro gran éxito del expresidente. Todos hablando de sus ocurrencias, enfureciéndose con ellas, elevándolas a categoría. He ahí el problema de la cita colgada en la entrada de la casa que confirma el cliché sobre la inexistencia de la publicidad mala: el “imbécil” que la pronunció ha conseguido introducirla en el hogar de aquellos que lo detestan.
“El movimiento populista en Estados Unidos, además de cambiar las reglas del juego, ha logrado imponer sus formas”
Bernie Sanders le explicaba hace poco al cómico Theo Von que, si bien es verdad que Trump “no es el típico político tradicional” (y a su juicio eso es algo positivo), el problema de este hombre es que miente mucho. “Tenemos que preguntarnos si ese es el ejemplo de liderazgo que queremos para nuestro país”. Pero es que muchos ya se han hecho esa pregunta y han dicho que sí. Que ese es el ejemplo. Y quieren que regrese para seguir propagándolo. Ocurre que lo que Trump sabe hacer, además de mentir, es llegar a los ciudadanos. Tanto a los que lo aman como a los que lo odian. (De ahí que “los americanos olvidados” no se vieran seducidos por la decencia de Sanders y se decantaran por la ordinariez del magnate).
El expresidente genera mucha fascinación. Es como estar viendo el arquetipo de un producto de entretenimiento audiovisual. Es el villano de la serie, el antagonista carismático de la telerrealidad. Saca de quicio a los espectadores. Hasta el punto de hacer que unas personas probablemente bienintencionadas se pasaran unos cuantos minutos empapelando la casa con sus exabruptos.
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