Opinión
Volver o no volver
En casa suena, una y otra vez, una canción de alguien torturado porque quiere volver a cuando era realmente él. Quiere despojarse de las tonterías y superficialidades de la adultez y de la fama y retornar a la ligereza y autenticidad de cuando era niño. Más que cantar, diría que recita con cadencia lineal. Desgrana lo que siente, se abre en canal y esparce sus emociones y miserias a todo volumen y por todas las habitaciones. Yo, que no soporto la actitud de “cualquier tiempo pasado fue mejor” (aunque alguna vez lo piense), decido unirme a los gustos adolescentes de mis hijos y sumarme a la querencia que sienten por él. Puedo prometer y prometo que he escuchado esa pieza unas diez veces en menos de una hora. Hago respiraciones profundas para apaciguar la confusión mental que me genera el tono de voz de ese trovador o lo que sea, y pienso que la acción de volver es, realmente, un temazo que inspira a poetas, cantantes, escritores y a personas de a pie que le dedican tiempo a revivir el pasado.
Cuando una amiga se separó por segunda o tercera vez me dijo que tenía la sensación de volver a la casilla de salida del juego de la oca y que no sabía si sería capaz de superar, de nuevo, todo el tablero. El otro día me llamó para contarme que disfrutaba estando en la casilla de salida. Bravo por ella.
"Es ver las fotos de cuando ellos eran bebés, del día que empezaron el cole o de cuando hicisteis aquella excursión"
Volver es volver de las vacaciones. Abrir la puerta de casa y que te invada el silencio y el aire que dejaste el día que marchaste. Es ver las fotos de cuando ellos eran bebés, del día que empezaron el cole o de cuando hicisteis aquella excursión. Es verte a ti y a tus amigas posando delante de tu primer coche, un 4L de segunda mano, antes de ir a pasar el día en la playa.
Enamorarse es siempre volver. Volver a todo. A la ilusión, a la vulnerabilidad, a la conexión y a las ganas de besar en cualquier lugar. Se puede, aunque no sea aconsejable, volver con un ex, a fumar o a vivir con tus padres. A mí me gusta volver a quedar con mis amigos del colegio y con mis amigas de toda la vida, porque son un espacio esencial y sin artificios. Hay sitios a los que jamás retornaría. A un restaurante en el que discutí con alguien, a una residencia donde las personas mayores pasaban toda la tarde delante del televisor viendo telenovelas o a esa panadería de esa ciudad centroeuropea de donde me echaron porque pensaron que era turca. “Türkisch, raus”, me gritaron.
El olfato también nos hace revivir emociones. El olor a consulta de dentista, a confesionario, a salón de actos de escuela o a protector solar. Un perfume nos evoca a alguien y a lo que vivimos, o a lo que quisimos vivir, con ese alguien. A mí me gustan los olores que me recuerdan a mi familia. Como somos de buen comer, muchos tienen que ver con la gastronomía.
Volver a lugares, personas o a sentimientos está bien para escribir libros o canciones, pero para vivir apuesto por mirar hacia delante. Voy a decírselo a mis hijos. A ver si cambian la canción de una vez por todas.
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