Opinión
María Gaitán
Sentirse seguro
Los tiempos en los que la infancia se cuidaba más y en los que todo era menos violento
Ahora que estamos todos conectados mediante todos los mecanismos que nos ofrece Internet es cuando menos seguridad tenemos de que cuando salgamos a la calle vamos a regresar a casa. En estos días se han sucedido los ataques a mujeres y niños. En Londres una madre y su hija fueron apuñaladas, sin motivo aparente, sin mediar peleas o confrontaciones previas. En España todos lloramos la muerte de Mateo, un niño de once años que fue asesinado en Mocejón, Toledo. Los dos casos comparten la noción de injusticia que hechos así nos provocan porque suceden donde nos sentimos seguros. La sensación de familiaridad y seguridad que nos produce el entorno que nos rodea es falsa. La verdad es que la mayoría de incidentes y robos se producen en lugares en los que nos sentimos tranquilos, cómodos, relajados. Esto ocurre porque bajamos nuestras defensas y es entonces cuando los accidentes ocurren.
Creo que estos actos de violencia aleatoria, sin sentido y sin necesidad, han provocado que nos sintamos indefensos ante la ley de la selva. Vivimos en una sociedad con leyes morales claras que dicen que los niños son intocables, por eso nos invade esa emoción tan lícita y tan humana como es la rabia. Sí, sentimos rabia hacía quienes se atreven a dañar a los niños, incluso en presencia de sus padres, porque si ellos no pueden protegerlos, nadie podrá. Sí. Sentimos rabia, e ira, y miedo, y tristeza. Sentimos todo eso cuando alguien sin conciencia del bien y del mal decide arrebatarle la vida a un niño y su lugar seguro al resto. Quisiera tener la resiliencia de los niños para empezar de nuevo, para reponerse de las pérdidas y mirar el mundo con optimismo y calidez. Cuando usamos esa frase hecha de “los niños son el futuro” quizá deberíamos hacernos cargo de que algo hemos hecho mal como sociedad cuando unos adultos que no hace mucho que eran niños, ven la violencia como única solución a todos sus problemas. Tal vez habría que volver a unos tiempos en los que la infancia se cuidaba más y donde todo era menos violento, y los niños pasaban sus horas en la calle hasta que la tarde se despedía y todos volvían a casa.
Será porque me hago vieja, pero he encontrado tranquilidad en observar a los niños cuando estoy en la playa. Los observo correr sin miedo por la arena y llegar al agua que los espera (de esa forma en la que esperan los amigos) y comparte con ellos sus conchas y sus peces y sus olas, y todo es fácil y no cabe la violencia.
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