Opinión | MÁS ALLÁ DEL GUETO CRONOLÓGICO
Ausencias
Hace unos días le pregunté a un amigo por su madre. Una persona mayor que vive sola y que hasta ahora desarrollaba su día a día de forma activa. El hombre me dijo más o menos algo así: estoy preocupado, se ha enclaustrado, se mete en la cama y no le apetece salir porque la mayoría del vecindario de su generación bien ha fallecido o están delicados. El caso es que ha perdido esa energía y motivación que le hacían enfrentarse a la vida de forma positiva.
Se trata de un escenario cada vez más habitual. Las personas longevas van dejando en su tránsito por la vida miembros de su entorno familiar y a muchos de sus amigos contemporáneos. Estas ausencias llegan a provocar en ese individuo la pérdida del interés por vivir.
Si la base relacional, como suele ser habitual, se resume a personas de su misma edad o similar, llega un momento, cuando los colegas de su entorno van desapareciendo en una especie de goteo constante, que ese ser humano pierde la ilusión debido a la falta de alicientes por la ausencia de amigos y familiares de primer grado con los que compartir la vida.
Ante esa situación, es fácil que la persona entre en barrena y pierda, como señalamos, la motivación para seguir activa. Por ello es necesario abordar desde ya, y de cara al futuro más próximo, políticas que fomenten de forma militante las relaciones intergeneracionales, que seguro, serán la vacuna contra la soledad, la apatía o la incomunicación y por ello servirán para alejar, tanto a los actuales como a los futuros longevos, de la pérdida del interés y de la ilusión por seguir viviendo mientras les quede aliento para ello.
Los seres humanos tienen su anclaje en amigos y familia, pero también en objetos, momentos y ubicaciones que, dotados de un significado especial, son singulares para cada individuo. Sobre todo, lo que más influye en el tono vital, es la relación que mantenemos con los seres vivos donde se incluyen, además de las personas, esos animales de compañía que nos miran cariñosos e incluso ese universo vegetal que, aparentemente sin decir nada, adorna nuestros jardines y macetas, crece y se hace mayor con nosotros.
El reloj camina a una velocidad que, si bien no es aparente en el día a día, pues en esa medida micro no notamos el paso del tiempo, cuando echamos la vista atrás a través de una foto o de aquel video de celebración y lo comparamos con la actualidad observamos cómo el devenir ha hecho su trabajo. Los niños han crecido y en la mascota el pasado ha dejado su huella, al igual que en esa planta o en aquel árbol que asoma su hoja en el jardín.
Si bien esa visualización produce ya de por sí un sentimiento agridulce, porque nos apunta la limitada dimensión temporal de que nuestro tránsito vital es limitado, la cosa se complica cuando alguien o algo querido que aparece en la toma ya no está con nosotros. Rápidamente nos damos cuenta de lo efímero que es todo aunque, gracias a la representación de la imagen de ese sujeto u objeto en ese soporte icónico contemporáneo, cobra sentido aquel verso de Machado: “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar...” Pues si bien nos conmueve su ausencia física dentro de la comunidad, por obra y gracia de la fotografía o de la imagen en movimiento, hoy, al contrario de lo que sucedía no hace mucho, la imagen permanece. Todos solemos disponer de alguna representación gráfica de nuestra figura que seguro perdurará más allá de nuestro paso por el planeta.
Hasta hace sólo unos pocos años, esas imágenes se circunscribían al entorno más cercano del individuo en soporte papel, después también videográfico y mas tarde en un disco duro o tarjeta de memoria hoy, debido a la proliferación de las redes sociales, esos documentos icónicos han pasado a través de Internet a un entorno masivo de modo que están abiertos a un visionado público indiscriminado e incontrolado.
Lo complicado para una persona como yo, “nacido en analogía y colono en digitalia”, es gestionar el desasosiego que me produce algo que suele suceder muy habitualmente y que paso a relatar: Facebook me comunica siempre puntualmente los cumpleaños de los colegas que comparten mi amistad en esta red y en muchas ocasiones, el ser viejo es lo que tiene, ves que, aunque su foto, posts y comentarios parecen estar vivos en la aplicación, ese ser humano ya nos ha dejado. En ese momento siento un poco de impotencia pues, al ver el contenido de su site, en función de su nivel de actividad, puedo comprobar, si sólo hizo una cuenta para estar ahí o por el contrario, si verdaderamente participaba de forma habitual hasta poco antes de desaparecer.
Es casi lógico que esto suceda cuando el fallecimiento es muy próximo a su fecha onomástica, pero la mayoría de las veces no se trata de algo reciente, sino que, año tras año, el perfil de ese amigo o amiga sigue activo en la red y la aplicación me conmina a que lo felicite por su cumpleaños. Quizá sea una nueva versión de la inmortalidad pero yo, que en esto soy clásico, creo que la exposición pública en las redes debería ser respetuosa con las personas y dejarlas descansar cuando ya no están y han cumplido su ciclo en el planeta.
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