Es poco alentador, aunque resulte propio de ese tipo de actos, el mensaje que la dirección del PPdeG envió a los militantes de Nuevas Generaciones en el congreso que renovó su cúpula. Y no lo es, al menos desde una opinión personal, quizá no tanto por su fondo, que también, cuanto por su oportunidad. O mejor dicho, por su inoportunidad: en momentos como los que se están viviendo, “invitar” a los jóvenes a una “rebelión” frente a las injusticias tiene al menos dos lecturas. Muy diferentes.

Una, consecuente con la época juvenil, a la que se le supone una disconformidad con lo “socialmente correcto” –que no necesariamente ha de ser injusto–, y una segunda como llamada a la presencia en la calle participando en las protestas masivas, aunque pacíficas. Lo cual, como ya se ha dicho, no es la mejor manera no ya de resolver los problemas, sino –siempre desde un punto de vista particular– de crear un ambiente propicio para hallar soluciones.

No se trata, en absoluto, de discutir el derecho a expresar, en público y respetando las normas, una opinión o una invitación a compartir la protesta. Y tampoco se resta gravedad a los hechos que han llevado a la calle a cientos de miles de personas que claman contra una amnistía prêt à porter, a medida de unos pocos en beneficio de un Gobierno que, como el del señor Sánchez, que necesitaba los votos de uno de los partidos inductores de los graves sucesos ocurridos en Cataluña. La necesidad de esos –y otros– apoyos desencadenó un mercadeo en el que se incluyeron una serie de acuerdos que, cuando menos, bordean la Constitución y que en todo caso suponen privilegios políticos y económicos que convierten la igualdad de los españoles ante la Ley en papel mojado. Sobre todo, si el mismo Gobierno ya aprobó leyes ex profeso para modificar delitos en favor de los delincuentes y/o para indultarlos.

Expuesto todo lo anterior, parece razonable reclamar de los responsables de las organizaciones políticas un especial esmero en la selección de los términos que emplean para dirigirse a sus correligionarios y a la ciudadanía en general. Entre otras razones, porque las palabras pueden convertirse, o interpretarse, en términos diferentes a quien las pronuncia y causar males de distintos tipos. Y el país no está como para términos que suenan diferente, quizás, a como se pretende, pero que puede causar efectos muy desagradables.