Resulta llamativo que, coincidiendo con uno de los debates más broncos que se recuerdan en el Congreso desde la Transición, se produjera en el seno de la Federación Gallega de Municipios y Provincias (Fegamp) otro sonoro desacuerdo. A primera vista, algún observador despistado podría pensar en un “efecto dominó” de los incidentes que se vienen produciendo en el país, pero tendrían que explicarlo sobre todo quienes de forma inesperada rompieron un acuerdo casi tradicional: una lista única en la Fegamp.
Y como la causa en apariencia fue el de un encuentro entre directivos con el candidato socialista a la Xunta, señor Besteiro, son los dirigentes del PPdeG los que habrán de pronunciarse. Porque, al menos en opinión personal, no tiene una razón medianamente seria. La cuestión ahora es el alcance de la crisis, si se le puede llamar así, en el seno del municipalismo gallego. Un problema absurdo que se desencadena, además, en un momento que podría ser especialmente importante. Sobre todo, si aún está vigente la oferta de la Xunta de llegar a un acuerdo, un pacto siquiera de mínimos que establezca delimitaciones claras de competencias, obligaciones y, en definitiva, servicios públicos.
La oferta es oportuna y un acuerdo, imprescindible, porque ya va siendo hora de que los municipios tengan lo que necesitan. La situación actual, que ha sido reiteradamente denunciada por los ayuntamientos, prueba, además de la necesidad de una actualización de la Ley de Régimen Local, desfasada por la rapidez de los cambios sociales, la inutilidad práctica de las diputaciones, instituciones obsoletas, hoy en día destinadas a una especie de almacén de recursos de los partidos que las gobiernan. Y que lo hacen, por cierto, a través de una denominada “democracia indirecta”, porque los votantes no tienen idea de a quién eligen como diputados: los designan los partidos.
Es evidente para gran parte de los políticos que aún piensan en lo común –entre los cuales, por desgracia, no parece estar el señor Sánchez– que Galicia, y España, necesitan una remodelación de su mapa más elemental, que es el local. Y esa variación ha de abordar una reducción del número de concellos, tarea especialmente compleja porque mezcla intereses y sentimientos enfrentados, pero que a la vez puede servir para demostrar el coraje de los políticos y ese pensamiento colectivo que tanto escasea en el oficio. Y que así, de paso, reduzca gastos y burocracia.
El lío municipal causado por el PPdeG en la federación gallega puede ser un obstáculo en la consecución de algunos de los objetivos que necesita alcanzar este país. Y la vez, evitar que lo local se vuelva también una especie de virus que provoque en Galicia una infección parecida a la que padece el Estado, con tensiones y desencuentros cada vez más graves que a nada conducen. De ahí que a los responsables de la fuerza política más importante de este Antiguo Reino les proceda una reflexión, lo antes posible, acerca de a dónde puede llevar ese camino aparentemente tan peligroso.