No en mi nombre
Hace unos días, un palestino residente en Barcelona, Salah Jamal, entrevistado por Gonzo en el programa “Salvados”, señalaba la necesidad de ir a los orígenes del conflicto israelí-palestino para encontrar una explicación de la reciente barbarie de Hamás contra los civiles israelíes. Es como, decía, si entraras a ver una película del oeste a mitad y ves como un apache le arranca la cabeza a un vaquero. No ha empezado aquí la película, empezaba antes, pero parece que el apache es el salvaje.
El ataque indiscriminado de la organización terrorista Hamás, que ha masacrado a más de 1.400 personas, la mayoría civiles, y secuestrado a 222, según el ejército israelí , es la candente fotografía que fundamentalmente se toma para difundir y construir el relato de los hechos. Es, al igual del que llega tarde a la película, como si no existieran fotografías anteriores del largo y continuado proceso de castigo del Estado de Israel a civiles palestinos. Es como si hubieran desaparecido las fotos de miles de muertos, las del uso brutal de la fuerza, las de la imposición de bloqueos ilegales que han convertido a Gaza en una prisión al aire libre y dejado a su población en condiciones inhumanas. Es también, como si se hubiesen volatizado los clichés de la ocupación israelí de los territorios palestinos colonizados mediante la construcción de asentamientos y la destrucción de casas e infraestructuras.
A esta serie de fotos color sepia, hemos de añadir no solo las en blanco y negro del reciente asedio a Gaza que ha dejado sin luz, agua, alimentos, medicinas, combustible a 2,3 millones de residentes , sino también las reflectantes fotos de los bombardeos masivos a hospitales, escuelas … y a zonas densamente pobladas, que, según las autoridades gazatíes, han matado a 5.087 personas, de ellas más de 2.000 niños y niñas, y herido a 15.270; forzando, según la Oficina Humanitaria de la ONU (OCHA) a alrededor de 1,4 millones de gazaitíes –más de la mitad de la población de la Franja– a una evacuación masiva que ha conllevado el abandono de sus hogares, sin tener un lugar seguro al que huir. Mientras tanto, siguen los incesantes ataques aéreos sobre el enclave de las fuerzas israelíes y el lanzamiento de proyectiles hacia Israel por parte de las milicias palestinas.
Solo la suma de todas las fotos, las candentes, las sepias, las blanco y negro y las reflectantes, nos podría ayudar a entender que tanto Israel como Hamás, saltándose el derecho internacional humanitario, están cometiendo crímenes de guerra, tal y como ha señalado Amnistía Internacional.
Por esta razón, no en mi nombre las denuncias de las potencias occidentales a la barbarie de Hamás y a su consideración como organización terrorista, sin tener en cuenta las raíces del conflicto, y sin valorar como terrorismo de Estado la actual respuesta israelí, ni como ultraderechista y racista al gobierno de Israel. No en mi nombre que los países occidentales reclamen más ayuda humanitaria sin exigir también el inmediato alto el fuego –reclamado sin éxito alguno por el presidente en funciones Pedro Sánchez en la cumbre de paz celebrada el pasado sábado en Egipto–, el levantamiento del bloqueo impuesto sobre Gaza –contrario al derecho internacional según el Alto Representante la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell– y poner fin al desplazamiento forzado de la población palestina.
No en mi nombre que conozcamos las vidas, aspiraciones y circunstancias de bastantes israelíes asesinados y secuestrados y que sin embargo desconozcamos las de algún palestino muerto.
Pero tampoco, no en mi nombre, la negativa de algunos sectores de la izquierda a denominar grupo terrorista a Hamas, la justificación de sus ataques sobre la población civil israelí, la no exigencia de que los detengan y el no apremio a que liberen a los rehenes secuestrados.
Así, nadando entre dos aguas y ante dos pueblos que se pelean por una misma tierra y que no son capaces de entender el dolor del otro, solo me queda pronunciar la palabra “paz”. Paz que comienza por el respeto al derecho internacional humanitario y por dejar fuera del conflicto a la población civil.
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