Justo ahora que los destiladores se han animado a sacar ginebras y güisquis sin alcohol, sugieren algunas desalentadoras estadísticas que la salud de los abstemios es peor que la de los bebedores. O al menos, la de los que beben con tino.
Abogaría a favor de esta hipótesis el hecho de que los españoles figuren entre los ciudadanos con mayor esperanza de vida en el mundo, solo superados por japoneses, suizos, surcoreanos y noruegos. Un dato curioso si se tiene en cuenta que en España existen 175.000 bares y 22.000 farmacias, es decir: ocho abrevaderos por cada botica.
Quizá el origen de esta paradoja sanitaria resida en las estadísticas. Ya se sabe que hay mentiras, mentiras muy gordas y, finalmente, estadísticas, que vendrían a ser el culmen de las trolas.
Tal ocurre con las comparaciones de salud entre los que no prueban el alcohol y los que no le hacen ascos a la botella, si bien en pequeñas cantidades. Los datos parecen ser ciertos, pero no por ello la conclusión ha de ser verdadera.
Explican los científicos que muchos de los abstemios contados en las estadísticas no lo son por vocación, sino por padecer previamente dolencias incompatibles con el alcohol. Sería su mala salud de partida, y no la renuncia al vino, lo que distorsiona los resultados de la comparación con los bebedores, tan sorprendente en apariencia.
“En España existen 175.000 bares y 22.000 farmacias, es decir: ocho abrevaderos por cada botica”
Contrasentidos como este no son nuevos en absoluto. Aunque Emile Zola se ocupó de denunciar hace ya siglo y medio las calamidades del alcoholismo en “La taberna”, es precisamente su país natal el que ha dado origen a la llamada “paradoja francesa”. La que pone en valor las virtudes del vino, básicamente.
La dieta de quesos, mantequilla y foie gras de los franceses, rica en grasas saturadas, no parece la más saludable del mundo, a juicio de los nutricionistas. La mentada paradoja consiste en que, contra toda lógica, los paisanos de Astérix sufren un bajo índice de enfermedades coronarias, muy inferior al de Estados Unidos o Gran Bretaña, por ejemplo.
La clave residiría en que completan su dieta con el vino, mayormente tinto, que ingerido con mesura protege de las dolencias cardiovasculares. Eso sostienen diversas investigaciones que, no obstante, han sido difundidas siempre con cautela, por temor a que los amantes del morapio las interpretasen como una incitación a la bebida.
Paradojas aparte, lo cierto es que varios de los países de población más longeva coinciden con los que más vino consumen per cápita. Otra coincidencia tal vez más relevante es que todos ellos pertenecen -beban vino o no- al Primer Mundo desarrollado, de lo que bien podría deducirse que la riqueza mejora mucho la salud. Y eso sí que no constituye paradoja alguna.
La idea de que el vino en breves dosis resulta estadísticamente más sano que la abstinencia no puede resultar más tentadora en la España de los ciento y pico mil bares. Ya lo decía el médico del chiste a su paciente: “No puedo garantizarle que, si usted no bebe, no fuma, madruga y hace ejercicio vaya a vivir más años; pero lo seguro es que se le harán muy largos”. La broma parece más razonable que la estadística.