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Juan Tallón

Parece una tontería

Juan Tallón

Un hombre que

Algunas cosas tienen un minuto para que pasen, y no otro. Y a veces un segundo. No ocurren, digamos, a deshora. El azar las succiona. Así que hay que entregarse, para esos casos, a los dictados del tiempo. El miércoles escribí La historia de un hombre que en las notas del teléfono, y nada más. Estaba sentado en la butaca de mi estudio, la que cojea, leyendo Yo, mentira, de Silvia Hidalgo, cuando, sin buscarla, me vino a la cabeza una idea genial para una novela. Fue uno de esos instantes, o resplandores, en los que hay magia en el aire, y uno está tan inspirado que no tiene que hacer nada, como en los milagros, que son milagros porque se hacen ellos solos, simplemente poner las manos.

"En el momento esplendoroso en que la genialidad se desató, el mundo se volvió un sitio más interesante"

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Las historias que caen así, suavemente, de la nada, sin que las vayas persiguiendo, empiezan siendo geniales y quizá, a continuación, pierden firmeza, brillo, hasta que la genialidad, al cabo de las horas o días, muestran su verdadero rostro: el despropósito, la pobreza, la nada. En el momento esplendoroso en que la genialidad se desató, el mundo se volvió un sitio más interesante. El instante desplegó una sutileza y a la vez una potencia que me asustaron, y ante el que solo fui capaz de pensar: “Qué novelaza tengo”. Pasó entonces que sonó el timbre: un mensajero traía un paquete de libros. Acabé de dictarle mi DNI, cerré la puerta y, justo entonces, me llegó el olor a quemado. ¡Las lentejas! Corrí despavorido a la cocina y retiré la olla del calor. Para cuando volví al estudio, recuperé el teléfono y leí La historia de un hombre que, no tenía ni idea de qué venía a continuación, qué pasaba con ese hombre, dónde estaba la novela maravillosa de hacía unos minutos.

Esperé y esperé, y la idea no regresó. El hombre que era el personaje más inútil de la literatura. No fue nadie, como en aquella historia de Juan Carlos Onetti, que después de dar una cabezada se despertó y preguntó a un amigo que se encontraba de visita: “¿Me oíste hablar en sueños?”. A veces el escritor uruguayo balbuceaba sus historias en alto, mientras dormía. “No, Juan, no te he oído decir nada”, señaló su amigo. “Qué lástima. Era un cuento perfecto. Se me ha escapado para siempre”, dijo apenado.

Hay que estar preparados para anotar las ideas rápidamente, y sacrificar todo a esa escritura. Ni un timbre, ni un incendio, ni nuestro abuelo en peligro deberían distraernos. Esto lo sabía aquel guionista del que hablaba Alfred Hitchcock, y al que siempre se le ocurrían las mejores ideas en plena noche, y al despertarse por la mañana no conseguía recodarlas. Un día se dijo: “Voy a colocar un papel y un lápiz al lado de la cama, y cuando se me ocurra algo, lo escribo”. Una noche se despertó con una idea maravillosa, que anotó antes de quedarse dormido de nuevo. Por la mañana, cogió el papel y leyó: “Un chico se enamora de una chica”. Parecía ya menos maravillosa de que madrugada. Pero quién puede afirmar que dos personas a punto de enamorarse no es la mejor historia que existe.

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