Nos exigen que creamos en lo imposible y practiquemos lo inviable.
Christopher Hitchens
Para la Iglesia, fe es creer lo que no vemos. Unamuno, que quería recuperar la perdida fe de la infancia, recurre a sus frecuentes juegos de palabras para decir que fe es crear lo que no vemos. Y, en fin, para los científicos, fe es creer sin pruebas. Y claro, acostumbrados estos a la verificación de todo aserto, lo de la ausencia de pruebas lo llevan mal, por eso, para ellos ese modo de creer es, a la larga, una corrupción del intelecto. Estamos, en definitiva, ante el viejo conflicto entre razón y fe o entre religión y ciencia.
Algunos textos (Catecismo Holandés) dicen que razón y fe se dan la mano y que el conflicto entre ciencia y fe es solo aparente porque, al final, hay solo hay una verdad única. Sin embargo, no parece que entre religión y ciencia se dé tan fraternal relación. Que se lo pregunten a Giordano Bruno, cuya voz fue apagada en el fuego de la hoguera, o a Galileo que a punto estuvo de tener el mismo fin, y a tantos otros que, llegados a la encrucijada, optaron por la razón o la certitud de la ciencia cuyos hallazgos arrumbaban con lo que era creencia o mitología religiosa. Y es que hemos de reflexionar sobre un hecho de no poca importancia que pone de manifiesto el conocido biólogo evolutivo Richard Dawkins: la ciencia ha contribuido de modo extraordinario a ensanchar el conocimiento y al avance fructífero del saber, al tiempo que con gesto humilde señala qué es lo que no sabemos (todavía), mientras que la religión, por el contrario, anclada en dogmas y creencias, en nada ha contribuido al crecimiento de los saberes del hombre.
"La doctrina católica nos propone escoger el dogma y la fe antes que la duda y el experimento"
La razón, con su extraordinario potencial creativo e inquiridor, es el don supremo del género humano; es lo que nos distingue entre todas las especies y nos sitúa en la cúspide de los habitantes del planeta y, desde luego, nos diferencia de los más cercanos a nosotros, los primates. No se entiende, entonces, que la Iglesia nos invite a abdicar de la razón para proponernos un ejercicio de aceptación ciega y abandono en brazos de la irracionalidad o de la contra-razón. Porque acudir a la fe es nadar a contracorriente de la razón. No debe extrañarnos que la religión haya sido descrita como “filosofía despojada de preguntas” (Simón Blackburn). La fe es mera creencia vaciada de razón. Por eso, Hume sostenía que la fe religiosa no es posible dentro de los límites de la razón.
Tal vez por ello, la doctrina de la Iglesia admite que la duda forma parte de la fe, de ahí que esta, en ocasiones, aguijoneada por la razón, entre en crisis. Entonces, el remedio que se ofrece a quienes la padecen es la entrega ciega, la inmersión en la creencia del carbonero, cegada y muda; en suma, la renuncia a la razón ya que, se nos dice, las dificultades de la fe se cultivan en honduras profundas a que el intelecto no llega. El argumento no convence.
No participo de las palabras atribuidas a Tertuliano: Credo quia absurdum, creo porque es absurdo; con esta paradoja quería denotar que era precisamente esa incredibilidad de determinados postulados religiosos la que hacía inverosímil que se tratase de pura invención humana porque ¿a quién se le ocurriría proponer algo tan difícil de creer? Pero es que, habría que replicar a Tertuliano, la incredibilidad es característica propia de toda fantasía o creación mítica.
La pregunta es: ¿verdaderamente hay conflicto entre razón y fe? Dice Christopher Hitchens que la religión proviene de tiempos prehistóricos en los que nadie tenía la menor idea de lo que sucedía. Cualquier joven de hoy medianamente culto sabe de la naturaleza bastante más de lo que sabían los arcaicos fundadores de la religión. Por eso, todos los intentos de conciliar fe y razón están condenados al fracaso. Sin embargo, la propuesta de la Iglesia es abdicar de la razón para entregarse ciegamente a la fe, aunque contradiga elementales postulados de la razón. O dicho de otro modo, se trata de sustituir la razón por la fe allí donde surge el conflicto. Al mismo tiempo, la fe va a ser apuntalada, y la razón nuevamente postergada, por la imposición de dogmas de obligada creencia que, por lo tanto, no solo la excluyen, sino que impiden toda pregunta al respecto. Si se dice que la fe es un don divino –otorgado, al parecer, a algunos privilegiados–, en el caso de los dogmas se trataría de una fe impuesta por el artificio de otro dogma, el de la autoproclamada infalibilidad del Papa. La doctrina católica nos propone escoger el dogma y la fe antes que la duda y el experimento. Pero cuando, inclinados sobre el microscopio, escrutamos la realidad minúscula o, apostados tras el telescopio, nos asomamos al espacio infinito y misterioso, vamos encontrando respuestas que la religión no ha podido dar, aún más, se resistió al saber científico cuando entraba en contradicción con sus mitos y creencias.
Me pregunto si no será llegada la hora de un nuevo empuje iluminista que resucite el grito ¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber! Porque solo el saber nos hará libres.