Está visto que, por un asunto o por otro, este Antiguo Reino que se llama Galicia –y su población– no gana para sustos. Y no sólo porque las perspectivas, una vez que el señor Feijóo fracase en su investidura, tal y como se deduce de sus contactos fallidos para lograr los cuatro votos en el Congreso. Para cambiar su destino, apenas le queda, a este córner del Noroeste, otro susto: aguardar el milagro de que don Pedro Sánchez le diga “no es no” a las exigencias del secesionismo catalán, y eso es poco probable. Pero si se lo dijera, se vería obligado a convocar nuevas elecciones o a pactar con el PP. Otro susto, pero éste para los socialistas gallegos, al borde ya de convertirse en una anécdota.
Claro que, de repetirse las elecciones –poco probable, la verdad, aunque eso nunca se sabe–, quizá pudiese repetir en Moncloa. Sobre todo si se presentase al país como el defensor y garante de la unidad, la igualdad y hasta la solidaridad de España. Y que nadie lo tome por una broma o chiste de mal gusto: dadas sus contradicciones –eso sí: nunca admitidas, ni por él ni por su entorno– sería muy capaz. Si le conviniese, por supuesto, no sólo para seguir donde está y, de paso, cortar de raíz el malestar que, se dice, empieza ya a notarse en el seno del PSOE ante su tibia actitud frente a las exigencias que le formulan desde los nacionalismos periféricos que están con ánimo de chantajear.
Claro que lo sobresaltos que se citan son de naturaleza estrictamente política y en ese terreno buena parte de la población gallega está curada de espantos y, a fuerza de soportarlos, casi inmunizada contra ellos. Hay, como queda dicho –y en opinión personal–, otros sustos que, también, se relacionan con la res publica pero de una forma algo menos global. Sin ir más lejos, puede citarse el que le ha dado a esta sociedad la Estratexia de Saúde 2030, que ha sido elaborado por la Xunta y del que acaba de dar cuenta FARO. En ella se dice que para entonces, la escasez de médicos puede afectar directamente, como es lógico, a la atención de los pacientes si es que para entonces no se han puesto las bases de una solución.
Es poco probable, conste. Entre otras muchas razones porque desde el departamento que dirige el señor García Comesaña, ya se han llevado a cabo esfuerzos notables para captar galenos –que faltan aquí desde que una conselleira aragonesa “fichada” por el señor Feijóo decidió aplicar a rajatabla la jubilación a los 65 años– y sin demasiado éxito por ahora. Y es que Galicia parece poco atractiva en ese terreno: aunque ya se paga mejor, y se redujeron las incompatibilidades y su facultad de Medicina goza de bien ganado prestigio, aquí la investigación –salvo excepciones, que las hay– no resulta un campo alentador. Pero, mientras cambia el viento contrario, si calma, el aviso –y el susto– se quedan.
En fin, que los sobresaltos no se quedan en el terreno, directo o indirecto, de la política. Ahí está por ejemplo la noticia de este periódico en la que se da cuenta de que el tren actual Vigo-Oporto, línea en la que ya se hicieron mejoras y se anunciaron más, ahora resulta que no es adecuado para las necesidades de los trabajadores que van y vienen –o viceversa– y tampoco encaja en cuanto a otros aspectos. Así que, o la Eurorregión se acoja al patrón de la paciencia, que es el santo Job, o será mejor ir buscando alternativas, porque en las fechas, los plazos y el rollo de los cientos de millones que dicen están en los presupuestos pero no hay quien los encuentre, ya no cree nadie. Y eso que el padre Astete dejó escrito que “fe es creer en lo que no se ve”. Menudo susto que se llevaría ahora.