Crónica Política
Los mercadeos
Rematado agosto, y a poco de que se reabran las aulas, seguramente no estorbaría que, siquiera en los niveles superiores, se añadiera a los programas una nueva asignatura. Acaso sólo cuatrimestral, para no recargar de tarea a educandos y educados, y hasta puede que por una sola vez, pero de cualquier manera escogiendo muy bien a los que impartan las clases, porque la materia, si se acepta, es de esas que algunos calificarían como parabellum. Que no sería una exageración, porque el meollo es efectivamente es lo más parecido a una guerra, pero con armas diferentes a las usuales.
Todo consistiría, como resumen, en analizar la política actual en España, los procesos electorales –pre y post– y, desde luego, los modos a los que recurren los protagonistas para interpretar, primero, los resultados, disfrazarlos después cuando les conviene y al final, como diría el refranero, hacer un pan con unas tortas. Otros, en latitud distinta, podrían afirmar sin temor a equivocarse que todo el proceso semeja uno de esos laberintos en los que para hallar una salida viable se necesitan paciencia, un mapa y una cantimplora. Además, por supuesto, de los utensilios imprescindibles para lograr el objetivo por el que se lucha.
¿Cuál es ese objetivo? Naturalmente, el poder. Para conseguirlo, como se está demostrando en estos días y ya desde el siguiente al 23 de julio, una buena parte de los grupos parlamentarios han entrado en un bochornoso mercadeo de votos y apoyos entre quien los necesita y quien los ofrece a cambio de algo, que suele ser mucho. Y conviene insistir en que lo hacen casi todos, aunque por ahora se sabe poco de lo que se negocia: sólo el presidente del PP, que se mostró dispuesto a dialogar, pero puso como límite “chantajes y subastas”. Pero falta información acerca de qué es lo que está dispuesto a negociar.
En este punto es más que posible que frente a la opinión expuesta se replicase, con razón, que diálogos y negociaciones son habituales en cualquier país democrático, sobre todo si se dan resultados que obliguen a pactos. Ocurre que lo que en todos los demás países de la UE no es como lo que sucede en España: aquí se ha utilizado el poder legislativo para favorecer intereses concretos bajo la excusa de considerarlos “de Estado”. Y, a la vez, se han considerado derechos básicos” circunstancias personales del todo respetables, pero que han sido en su momento causa de profundas divisiones sociales.
No se pretende en modo alguno descalificar los diálogos entre partidos, los pactos o las coaliciones. Sí, en cambio, criticar los acuerdos contra legem e incluso perilegem, los haga quien los haga e incluso aunque posteriormente a lograrlos se pretenda blanquear los hechos después de llevarlos a cabo con normas “exprés”. Y todo ello, al menos desde un punto de vista particular, ese mercadeo, no supone la consagración de la principio de igualdad constitucional, clave para la ordenada convivencia de la sociedad española. Y es un muy mal ejemplo de cara a las generaciones que han de venir, aparte de los perjuicios causados a la mayoría de las comunidades, con Galicia entre ellas. Y no precisamente entre las menos perjudicadas
El caso es que ahora mismo, una serie de personajes, sin vergüenza propia o ajena, revestidos de su nueva autoridad negocian en la oscuridad una serie de acuerdos que poco o nada tienen que ver con el bien común y, desde luego, desconocían su contenido los votantes. Pero lo más grave es que de esos pactos, siempre desde una opinión personal, buscan antes el interés de las partes que el bien común del Estado, además de atentar contra el principio constitucional básico de la igualdad. Galicia es una de las Comunidades más directamente afectadas: por eso es tan difícil de entender. y de explicar, el lamentable papel de los partidos que se arrogan la condición de “progresistas” y contribuyen a mantener con sus mercadeos el retraso secular de esta tierra.
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