Erre que erre con las sanciones

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Aparentemente ajenos a sus consecuencias económicas y sociales para el propio continente en forma sobre todo de la temida inflación, los líderes de la UE siguen ciegamente a EE UU en su empeño de asfixiar a Rusia.

Se trata, afirman al unísono en Washington y Bruselas, de debilitar al país de Vladímir Putin e impedir que siga financiando su guerra ilegal en Ucrania con los ingresos que le proporcionan las exportaciones de gas y de crudo.

A lo que, según decidió la UE en la última cumbre del G7 en la ciudad mártir de Hiroshima, se suma ahora la prohibición de comprarle también diamantes, algo que llevaban ya tiempo haciendo EE UU y Gran Bretaña, que en esas cosas van siempre juntos.

De nada parecen servir las advertencias de que las sanciones han perjudicado económicamente hasta ahora más a los países que las dictaron que a la propia Rusia, cuyo PIB crecerá este año, según el propio FMI, un 0,7 por ciento si no es que llega a un 1 por ciento, como pronostica Moscú.

Occidente sigue en efecto actuando como si no existiera otro mundo, el de los países emergentes y en desarrollo, que no tiene por qué seguir, y de hecho no quiere seguir en todo a EE UU, cuyas pretensiones hegemónicas globales aquellos, y no solo Rusia o China, ponen cada vez más en cuestión.

Pero ajenos a esa realidad, los líderes occidentales siguen erre que erre con su política de sanciones. Y han comprobado que no funcionan como desearían: Rusia sigue vendiendo no solo su gas, sino también su petróleo y que este hidrocarburo llega a Europa en forma de diésel o gasolina a través de terceros países, y quieren impedir que ello siga ocurriendo.

El jefe de la diplomacia y la política de seguridad europea, Josep Borrell, así se lo hizo saber indirectamente a la India, uno de los países implicados en ese comercio, en una entrevista con el diario británico “The Financial Times”.

Pero la India, miembro junto a Brasil, Rusia, China y Suráfrica del llamado grupo BRICS, no parece dispuesta a aceptar lecciones de Washington y menos aún de Bruselas.

Y en posterior conferencia de prensa, su ministro de Exteriores, S. Jaishankar, replicó a Borrell que, según el propio reglamento comunitario, “si el crudo ruso es sometido a un proceso de transformación importante en un país tercero, ya no puede considerase ruso”.

Es por cierto lo que ocurre no solo con el petróleo ruso, sino también con el de otros países sometidos a las sanciones de Estados Unidos como Venezuela o Irán.

Otras fuentes gubernamentales indias negaron que Nueva Delhi estuviese burlando las sanciones y explicaron que se trata en cualquier caso de empresas privadas y refinerías que toman en plan privado sus decisiones comerciales y que además muchas veces ese comercio se produce mediante trasvases en alta mar.

¿A qué obedece esa insistencia de los dirigentes europeos de aislar a Rusia y enviar cada vez más armas a Ucrania cuando parece demostrado que esas políticas no están dando los resultados que muchos esperaban?

Ni se ha conseguido hundir la economía rusa ni se ha podido con el armamento de la OTAN desalojar hasta ahora a Rusia del territorio ilegalmente anexionado.

En Estados Unidos parece crecer la impaciencia con la falta de resultados del esfuerzo militar de la OTAN, y las próximas elecciones en aquel país están cada vez más próximas.

Nadie parece ya descartar que, pese a los escándalos que le rodean y la hostilidad de buena parte de los medios de aquel país, el aspirante republicano, Donald Trump, vuelva a enfrentarse a Joe Biden. Y lo haga además con éxito.

Trump ya ha dicho que acabará en veinticuatro horas con la guerra de Ucrania. ¿Qué harán entonces esos políticos europeos hoy tan intransigentes frente a Putin? ¿Qué harán Borrell o Von der Leyen, a la que algunos atribuyen incluso ambiciones de liderar la OTAN? Y sobre todo, ¿cómo se lo explicarán a los ciudadanos?

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