EDITORIAL | opinion@farodevigo.es

Tres lecturas gallegas (y una coda) tras el 28-M

Votación en un colegio electoral de Vigo el pasado 28 de mayo.

Votación en un colegio electoral de Vigo el pasado 28 de mayo. / Ricardo Grobas

Aunque el anuncio sorprendente, no pocas voces lo califican de desesperado, de Pedro Sánchez de dar por concluida la legislatura y convocar elecciones generales el 23 de julio apenas ha permitido hacer una lectura sosegada de la cita con las urnas del pasado domingo, lo cierto es que hay al menos tres lecciones que extraer, cada una de ellas referida a las principales formaciones políticas, que pueden arrojar luz sobre el horizonte político, el más inmediato en clave nacional y en el medio plazo, con la batalla autonómica.

El Partido Popular ha sido el ganador del 28-M en Galicia. Los datos fríos así lo certifican. Crece en votos propios y aleja en 134.000 al Partido Socialista. Alfonso Rueda supera con nota su primer gran test como líder del PPdeG y mejora los resultados cosechados por Alberto Núñez Feijóo en 2019. Además, su partido logra la Alcaldía de Ferrol y recupera una de las joyas de la corona del municipalismo: la Diputación de Pontevedra. Aunque en las elecciones locales tienen un enorme peso las figuras de los candidatos –alcaldes que aspiran a revalidar sus cargos o aspirantes en la oposición que pelean por arrebatárselos–, lo cierto es que si con un mal balance electoral, las miradas apuntarían a Rueda, es de justicia ahora también atribuirle los éxitos.

Sin embargo, el PP tiene un camino por recorrer en el ámbito de la política municipal. Sus triunfos, entendidos como gobiernos, siguen apuntando a pequeños y medianos concellos. Las ciudades, en donde ha experimentado un avance notable, están más cerca, pero son aún su asignatura pendiente. El caso de Vigo es el más evidente. El candidato socialista, Abel Caballero, principal azote de la Xunta y del PP, inicia su quinto mandato con 19 de 27 concejales. Su desgaste es menor y eso merecería alguna lectura en profundidad, más allá de los aplausos y vítores en caliente por haber ganado un representante.

En el resto de urbes –con la excepción comentada de Ferrol– volverá a ser la izquierda, vía pactos, la que mantenga el poder. Y es que hay una gran diferencia entre ganar y gobernar. El caso de Ourense –en donde Gonzalo Pérez Jácome contra todo pronóstico disparó hasta 10 sus representantes erigiéndose como lista más votada– más que un análisis político merecería un tratado de psicología social.

Pese al lunar urbano, la satisfacción de Alfonso Rueda tras el 28-M tiene sólidos cimientos sobre los que asentarse. Su liderazgo se ve consolidado y no era tarea fácil teniendo en cuenta la ascendencia de Núñez Feijóo en Galicia, en donde dirigía una maquinaria perfectamente engrasada. Además, como suele ser habitual en estos casos, su victoria deja tocados a sus adversarios políticos. A unos más que a otros. El 23 de julio tendrá otra gran oportunidad para certificar la buena salud del PP gallego, contribuyendo a que su antecesor llegue a La Moncloa. Y si finalmente así es, Alfonso Rueda podrá acudir a las elecciones autonómicas de 2024 –si es que no se adelantan a invierno– con todos los astros alineados e impulsado por un fuerte viento de cola. Sin haberse sometido al examen directo de las urnas, Alfonso Rueda es más presidente hoy que hace sólo una semana.

Pese a no haber cosechado unos resultados calamitosos, el PSdeG parece inmerso en una depresión melancólica. Eso suele pasar cuando las expectativas se dan de bruces con la realidad. Pero objetivamente tienen motivos para la preocupación. Ya no son la fuerza más votada en Galicia, han perdido 171 concejales y su protagonismo en las ciudades ¬–pensemos sólo que la lista de Caballero cosechó casi tantos votos como la suma de la de los socialistas de Ferrol, A Coruña, Pontevedra, Santiago, Ourense y Lugo– ha menguado de forma alarmante. El caso de Compostela es el más claro. Y la pérdida de la Diputación de Pontevedra –en Lugo la ganó por un puñado de votos– agrava la visualización de un retroceso.

Pero, con todo, el gran problema del PSdeG es más profundo, es estructural. La falta de un liderazgo claro, definido, rotundo lastra una formación que lleva muchos años sin un referente definido y un rumbo claro. En estos comicios, apostó por un protagonismo doble: por un lado, el secretario xeral del PSdeG, Valentín González-Formoso, centró gran parte de sus esfuerzos –con escaso éxito– en reforzar su posición de alcalde en As Pontes, con la vista puesta en reeditar la Diputación, y en dar apoyos a otros concellos de A Coruña; por otro, el flamante delegado del Gobierno, José Ramón Gómez Besteiro, se afanó por afianzar los votos en su Lugo natal y en otras provincias. A la vista de los resultados, ese doblete no funcionó. Al contrario, contribuyó a potenciar la idea de un liderazgo diluido y a acrecentar las dudas sobre quién de verdad está a los mandos del partido, hoy y en el futuro Ni que decir tiene que la presunta influencia del ministro de Sanidad, José Manuel Miñones, el tercer supuesto baluarte, fue a todas luces insignificante.

El PSdeG debe cuanto antes aclarar liderazgo, roles y estrategias. Los ciudadanos, que nunca se equivocan cuando votan, le han dicho que el camino que siguen sólo le conducirá a más frustración y derrotas; y que el empeño por dar el sorpasso al BNG y, después, por convertirse en una alternativa real y sólida al PP gallego es, hoy, una quimera.

Contrariamente al PSdG, en las filas del Bloque se ha instalado una suerte de euforia tras el el 28-M. La conquista de la Alcaldía de Santiago fue el Gordo de estas elecciones. Aunque tiene los mismos concejales que el defenestrado Xosé Sánchez Bugallo, gobernar la capital de Galicia le da un plus de visibilidad inédito. Es una pieza mayor por su carácter simbólico.

Es tan verdad que la formación que lidera Ana Pontón ha dado un salto de calidad, como que ese impulso es claramente insuficiente si lo contraponemos con su declarada ambición: gobernar la Xunta. Y también que sus registros de 2023 distan del techo electoral alcanzado hace dos décadas. Con todo, el BNG es una formación al alza que se está beneficiando de la desaparición de las Mareas y del desencanto que provoca el socialismo, sobre todo entre los jóvenes. En este mismo espacio editorial ya advertimos que el Bloque, que al contrario del PSdeG no padece una confusión de liderazgo y cuenta con una maquinaria menos numerosa pero más dinámica y comprometida, debía aprovechar esta cita electoral para demostrar que estaba realmente preparado para convertirse en una alternativa de gobierno y dejar de ser percibido como un eficaz instrumento fiscalizador y de oposición. Podría pensarse que el 28-M le ha acercado a ese objetivo, pero si es así esa meta está todavía demasiado lejos.

Finalmente, casi sin capacidad para metabolizar los resultados del 28-M –éxitos y fracasos, errores y aciertos, vencedores y culpables–, estamos inmersos en otra campaña electoral, ahora con la vista puesta en el Gobierno. El duelo Pedro Sánchez-Alberto Núñez Feijóo obligará a los partidos a un segundo esfuerzo para atraer el voto de los ciudadanos, que serán sometidos de nuevo al estrés electoral. Los partidos, exhaustos tras semanas de pelea, deben activarse otra vez. El PP gallego impulsado por una doble motivación: la de haber conseguido unos buenos resultados y la de llevar por segunda vez a un gallego a La Moncloa; el PSdeG, obligado a superar su estado de frustración por lo perdido, tiene la obligación de resetearse y hacer un último servicio a la causa sanchista. Y el BNG, inspirado por el milagro compostelano, debe demostrar que sabe, quiere y puede jugar en ligas mayores. Su actual diputado, por muy activo que se muestre en el Congreso, no deja de ser una anécdota.

Vuelve a rodar el balón en el campo electoral. Empieza otro partido, quizá la segunda parte del disputado el 28-M. Arranca otra batalla en la que Galicia no puede adoptar el papel de simple espectador porque este 23-J se juega demasiado. La pelota vuelve a rodar.