sol y sombra

Traca final

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Las campañas electorales, cualquiera que sea la índole del sufragio, ya solo se explican en la obligación de neutralizar al contrario, no en la explicación a los votantes de un programa. Hace tiempo que sucede de esta manera aunque ahora se percibe con mayor nitidez que nunca. Pedro Sánchez, cercado por los últimos escándalos y la consanguinidad política con los herederos de ETA, clama desesperadamente por un voto en masa contra la derecha, asegurando que esta se dedica a embarrar el terreno de juego. El Partido Popular arremete, a su vez, contra Sánchez por considerar al PSOE metido de hoz y coz en una “perfecta mascletá”. Pero los escándalos sucesivos en el fin de campaña no se los ha inventado Núñez Feijóo. Ni la compra de votos en Murcia o en Mojácar (Almería), con candidatos socialistas detenidos. Ni los contratos de Ximo Puig a su hermano, en Valencia. Tampoco se ha inventado el hecho de que un juez haya pedido al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía que le abra una investigación al número tres del PSOE andaluz por haber supuestamente instigado el secuestro de una concejala con el fin de intentar tapar un caso de corrupción urbanística. El Partido Popular, en todo caso, lo que hace es aprovecharse de un estallido simultáneo, algo que en las mismas circunstancias también haría el presidente del Gobierno. No es culpable el que se hace eco de la corrupción, sino el que se corrompe. No hay que perderse en los conceptos básicos.

Un problema es que muchos candidatos autonómicos y municipales han renunciado a esforzarse en explicar su gestión, dada la inercia de la propia campaña plebiscitaria presidencial. Sánchez vuelve a no ser creíble cuando pide, frente al fraude del voto por correo, confianza en el sistema; no es el sistema, es él mismo el cuestionado por muchos españoles que no olvidan cómo empezó su carrera en el propio partido intentando falsificar el resultado en una urna detrás de una cortina.

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