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Francisco García Pérez opinador

Lo que hay oír

Francisco García Pérez

El trámite siniestro

Errores de alumnos y de libros de texto escolares y otras píldoras

Convendrán ustedes conmigo en que la expresión “trámite siniestro” cuadra a las mil maravillas con el título −retraducido por la censura o las distribuidoras− de una peli clásica de cine negro. “Cartas envenenadas”, “Falso culpable”, “Sed de mal”, “Trágica información”, “Atraco perfecto”… Pues bien, gozaba un servidor de los atisbos de la primavera durante un paseo matutino cuando cerca de un parque le llamó la atención el cartel vertical anunciador de una correduría de seguros, una agencia inmobiliaria, un negocio de algo así. Comunidades, decesos, autos, salud, mascotas… explicaba. Gestión gratuita, profesionalidad, miles de clientes… presumía. Y por primera vez reparé en que entre tanta vanagloria se anunciaba una gestión de mucho más que misterioso contenido: “Trámite siniestro”. Sí, ya sé que se referiría al papeleo de un castañazo entre vehículos. Pero así escrito, breve, rotundo como un bocinazo a medianoche, me hizo fabular con un cliente con gabardina y sombrero, que entrara, mirase a los lados, se dirigiera al dependiente en un susurro y explicase envuelto en lúgubre aire: “Vengo a contratar un trámite siniestro”.

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Disuado a un compañero de la enseñanza de que no se entregue a los psicotrópicos movido a ello por las respuestas de los exámenes que va leyendo y donde se resume lo aprendido por su alumnado a lo largo del curso que acaba. Está con 2º de Bachillerato. El autor del ensayo La rebelión de las masas no es el filósofo Ortega y Gasset como había explicado en clase, qué antigualla: es Miguel Bosé. Asimismo, resulta falsísimo que fuera Perito en lunas el primer libro de Miguel Hernández, pues principió a escribir con “Perito en minas” o “Perrito en lunas”.

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Desaconsejo darse de bofetadas a otro excolega, también enseñante en activo, que me copia y envía esta perla confusa, confundida y del ministerio del tiempo aquel, tomada de un libro de texto de 2º de la ESO, sobre el llamado “Motín de Esquilache”, al parecer, o sobre la División Azul, qué sé yo. Dice talmente que así: “Revuelta popular contra Esquilache, ministro de Carlos III, en 1776. Las causas fueron la subida del precio de los alimentos básicos y la orden del ministro de cambiar la indumentaria popular (consistente en capa larga y sombrero de ala ancha) por una capa más corta y sombrero de tres picos. Se pretendía evitar así el embozo que favorecía el anonimato de los delincuentes. Ante la magnitud de la revuelta, Carlos III tuvo que aceptar las peticiones populares por su apoyo al bando franquista en la Guerra Civil. Como no podían utilizar el uniforme del ejército español, adoptaron la boina roja de los carlistas y la camisa azul de los falangistas. Sufrió importantes pérdidas en Leningrado, tanto en combate como por la acción del frío. Los combatientes de la División Azul fueron 46.000, de los cuales murieron 4.954 y 8.700 resultaron heridos”.

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"Desatendió el volante y clamó: '¡Sánchez es un mohicano, se lo digo yo: un mohicano!'. Nunca se me hubiese ocurrido"

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Pedí un taxi para que me subiese a renovar el carné de conducir. Aunque llevaba puesta la radio, el conductor monologó desde que puse un pie en su coche. Peroraba indignado contra el Gobierno todo, contra su presidente en particular y contra el universo mundo en general. Despotricaba tanto que, literalmente (aquí sí viene al pelo usar este adverbio), se quedó sin palabras. De modo que hubo de usar una sacándola de contexto para calificar al primer ministro español. Se vino arriba el hombre, desatendió el volante y clamó: “¡Pedro Sánchez es un mohicano, se lo digo yo: un mohicano!”. Se lo aconsejaba yo en broma a mis alumnos: “No hay que insultar; pero, de hacerlo, debéis usar una palabra que desconcierte al contrario por desconocida y así ganar tiempo para huir de su cólera”. Les ejemplificaba con otras. Nunca se me hubiese ocurrido “mohicano”.

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¿Quieren el calambur leguleyo urdido esta semana por mi amigo invisible? “A la de Canadá legó más”. Si leen en voz alta ustedes, quizá escuchen: “A la decana dale gomas”.

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