Alcaldes y políticas

María Pereira*

Un alcalde excéntrico contra dos exalcaldes retornados de los partidos tradicionales. Si alguien quisiera hacer una película con el escenario electoral de Ourense daría pie a montones de anécdotas y situaciones curiosas que en algunos casos rozan el disparate.

No se trata sólo de que haya tenido un mandato complicado, ni siquiera que su peculiar forma de enfrentar los acontecimientos lo haya convertido en un personaje singular del panorama político; se trata, sobre todo, de explicar por qué los ciudadanos acompañan con su voto comportamientos y actitudes que rozan los límites de la civilización política, por el lado de fuera.

Pero lo cierto es que Jácome aguanta, contra todo pronóstico, el envite de los partidos tradicionales, arropado por unos ciudadanos a los que no les importa su excentricidad, sino que valoran muy positivamente el hecho de que no se trate de un político convencional, y eso les compensa las estridencias.

Por eso Jácome resiste, porque para muchos ourensanos se ha convertido en un símbolo de alternativa a la política tradicional, porque creen que detrás de todo esto hay una maquinaria infernal de los viejos partidos, con sus viejas disputas internas, escasamente interesados en la vida de los ciudadanos y ocupados en la conquista del poder interno e institucional.

Total, que acabamos prefiriendo lo estridente y esperpéntico a lo clásico y repetitivo; y mucho me temo que, en este sentido, la opción de PP y de PSOE de elegir a dos exalcaldes para fortalecer la competición, ha acabado fortaleciendo este sentimiento de huida de los votantes de Jácome.

Y poco importa la aparición de conversaciones comprometedoras que obligarían a dimitir a cualquier candidato tradicional; al igual que Trump afirmaba que si matara a alguien en el medio de la calle lo seguirían votando, Jácome sabe que sus incondicionales son inmunes al efecto de los ataques.

En esta era de populismo y de impunidad nos hemos acostumbrado tanto a vivir entre las certezas y la falsedad de las informaciones que la verdad y la mentira nos parece algo subjetivo, opinable, o simplemente aparente. Y lo que es peor, aún a sabiendas de que el relato de estos populistas de medio pelo es falso, estamos dispuestos a defenderlo como si eso no nos definiera a nosotros como ciudadanos y como seres humanos.

El populismo ha desterrado la higiene política construyendo un relato que justifica nuestras acciones en el actuar de los otros. Sí, voto a fulano, aunque sé que tiene defectos, pero el otro…; y en esta justificación que me lleva a votar en negativo, construyo monstruos sin que mi moral sufra.

La era del relato no va solo de lo que se cuenta, va de cómo se cuenta, de cómo se construye la decisión de voto no por a quien elijo sino por a quien rechazo; y en este rechazo se encuentra el contenido explicativo de la política.

Es la política en negativo, la política contra el otro, la política que polariza, la política que confronta, y no la que crea, la que construye, la que dinamiza; y con ello los ciudadanos dejan de ser el objetivo de las políticas públicas.

No hace falta hacer propuestas, solo señalar al otro, y unirse al pueblo, o al menos, a una parte del pueblo. Quizás algún día salgamos de esto y distingamos la buena de la mala política, más allá de nuestras ideas.

*Equipo de Investigaciones Políticas. Universidad de Santiago de Compostela