Buscaba la belleza

Marta Gándara

Marta Gándara

Se pregunta Jesús Terrés, en su última novela, por qué nos hacemos amigos de unas personas y no de otras. Me acordé de la cita principal de la película, Tu vida en 65´, cuando el chico trata de decirle a la chica porqué la quiere en sesenta y cinco palabras: “Te quiero porque creo que entiendes como soy. Te quiero porque a ti te puedo contar lo que a nadie le puedo contar. Porque puedo sentir que mi vida a tu lado cobrará sentido y dejará de ser vacía. Te quiero porque me preguntaste cuántos años tenía cuando murió mi padre y eso nadie me lo había preguntado jamás. Te quiero tanto que me gustaría…”

Supongo que hacerse amigos depende eso, de cobrar sentido, de que se agachen a recoger lo tuyo por insignificante que sea, de sentir que te quedarías. Es verdad que la gente te pregunta muchas veces, cuántos años tenía tu padre o tu madre cuando se murieron, pero casi nunca cuántos años tenías tú. Queremos saber a qué edad se mueren los demás para quedarnos tranquilos, para comprobar que aún nos queda tiempo para el final. Es puramente egoísta, una pregunta que en nada conforta al otro. Sin embargo, cuando alguien te dice, ¿qué edad tenías cuando se murió tu padre?, entonces la cosa cambia, porque quiere saber tu lugar, el sitio exacto de tu sufrimiento.

La novela de Jesús Terrés, “Buscaba la belleza”, te coloca ahí, en su sufrimiento, en lo que dura y en la belleza que viene después. Es un libro para estar quieto, para leer despacio. Un libro donde el autor dice lo que quiere decir porque es bonito y porque es verdad. Donde vivir implica estar expuesto al daño. Y lo otro es un invernadero. Donde quien repite mucho “yo soy” es porque no tiene a nadie que le diga “tú eres”. Donde todo lo que no es señal es ruido. Aunque a veces no haya ninguna señal.

Hace unos años el autor tenía un blog que se llamaba “Nada importa”. Más adelante empezó un pódcast con el título, “Decir las cosas”. Y ahora destaca con mayúsculas un grabado que se encontró en una puerta: “NADA DA IGUAL”, decía. Es el resumen perfecto del paseo que propone en su libro. Con un comienzo triste, cuando crees que estás viendo todos los días la misma carretera y nada te importa. Cuando luego pides ayuda, empiezas a contar tus miserias y alguien se agacha a recogerlas por cutres que sean. Te enseña a colocar tus miedos, a quererte con lo que haya. Y entonces la carretera te parece distinta y empiezas a creer que el éxito de cada día está en no dejar de pasear.