Los amigos raros

Llevan años a nuestro lado, aunque parezca que no encajan con nosotros

Rosa Ribas

Rosa Ribas

Todos los tenemos, esos amigos que llevan años a nuestro lado, aunque parezca que no encajan con nosotros. O quizá no es que lo parezca, es que no encajamos. En muchas ocasiones, por más que nos esforcemos, ni los entendemos, y sabemos que ellos en muchas otras tampoco nos entienden a nosotros. Son amigos dotados de tal capacidad de sacarnos de quicio que pocas personas han estado tan cerca de que las tiremos por un precipicio o delante de un tren en marcha. Porque pueden ser insufribles, maniáticos, pedantes, ruidosos, torpes, bocazas, cansinos… Cada cual tiene su catálogo propio de razones por las que son a veces insoportables. Pero no podemos ni queremos pasar sin ellos. No sabríamos ni cómo, puesto que estos amigos lo son, además, desde la infancia o la adolescencia, épocas de la vida en las que es mucho más fácil hacer nuevas amistades. A estas edades las afinidades son más intuitivas e inmediatas; hemos sufrido todavía pocos desengaños y no cargamos con un catálogo tan extenso o estricto de exigencias hacia los demás. Aunque en otras épocas de la vida también podemos hacer amigos raros, nos cuesta mucho más, los años nos hacen selectivos y con ello nuestro mundo se vuelve mucho más uniforme.

Como siempre han estado ahí y, a pesar de las ganas ocasionales de estrangularlos, a los amigos raros los tomamos como son, solo nos damos cuenta de que nuestra común amistad resulta sorprendente cuando otras personas, al conocerlos, nos miran, los miran a ellos, nos vuelven a mirar a nosotros, y no les sale la ecuación. Su extrañeza se manifiesta de una manera indirecta, con comentarios del tipo “os conocéis desde hace mucho tiempo, ¿verdad?”. Todo el mundo sabe que los amigos raros suelen ser antiguos.

Y entonces caemos en la cuenta de que sí, de que se trata de una amistad difícil de entender desde fuera. Parecemos provenir de planetas diferentes. No coincidimos ni en los gustos literarios ni en los musicales. Tampoco vemos las mismas películas ni viajamos a los mismos sitios. No compartimos aficiones y si lo hacemos nos situamos en las antípodas. Si a ambos nos apasionan, pongamos, las plantas, ellos son de orquídeas y nosotros de cactus. El papel nosotros los usamos para escribir y ellos para hacer papiroflexia. Si tenemos un gato, ellos son alérgicos, pero sus sonoros estornudos cada vez que nos vemos son en realidad estruendosas muestras de efecto y amistad, que es precisamente lo que compartimos.

"Todas estas diferencias forjan entre nosotros y estos amigos raros una fidelidad indestructible, férrea"

Todas estas diferencias forjan entre nosotros y estos amigos raros una fidelidad indestructible, férrea, que en ocasiones se manifiesta de tal modo que se vuelve a poner a prueba su firmeza. Como cuando acuden a una de tus presentaciones de libros. Ahí su asistencia es tan cálida y leal como temible. En los actos públicos, su instinto protector los lleva a querer echarte un cable a toda costa, incluso cuando no hace falta.

El momento elegido suele ser al final de la presentación, cuando al moderador se le ocurre abrir un turno de preguntas, lo que entre el público provoca un silencio inmediato, seguido de miradas alrededor, a ver si alguien se anima, o un repentino e irrefrenable interés por los propios pies o el contenido de una bolsa que hasta ese momento había estado tranquilamente apoyada en la silla. Como amigos que son, toleran mal que haya silencio a tu alrededor, y deciden salir en tu ayuda, algo muy loable, si no fuera porque suelen intervenir con comentarios demasiado personales, que nadie entiende, o que destruyen la mínima fachada de respetabilidad literaria que tanto te ha costado levantar. Pero, por otra parte, también ellos han sido alguna vez los únicos asistentes a una presentación y después se han ido contigo a tomar algo y se han quedado contigo hasta que te han visto lo bastante reconstituida moralmente para dejarte marchar a casa.

Del mismo modo en que todos seríamos aburridos, uniformes, planos sin nuestra propias rarezas, la vida sería aburrida, uniforme, plana sin nuestros amigos raros.

Como los amigos raros no son conscientes de serlo, tengo que confesar que albergo la secreta ilusión de que haya amigos míos que me consideren a mí su amiga rara. Y aprovecho la ocasión para darles las gracias por no haberme tirado desde ningún precipicio. Por ahora.

*Escritora

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