Parece obvia la afirmación de que esta campaña electoral que encara ya su recta final tiene las características propias de lo municipal, ya que son para eso, pero también que los partidos –al menos los grandes– se han esforzado en aportar una dimensión mayor, aunque interpretable. Desde luego nadie ha pronunciado la palabra “extrapolación”, pero en el fondo de sus miedos –por más que no los confiesen– hubo y hay uno especial: que el resultado del día 28, en locales y autonómicas, influya en “las otras”, las generales, que se esperan para diciembre, aunque sólo el presidente Sánchez y su corte lo sepa todavía.
Hay, parece, partidarios de esperar al 29 de este mes para analizar las cuentas antes de decidir. Claro que, como dijo Pero Grullo, “lo que es, es”, de forma que resulta difícil discutir el carácter global de lo prometido que, sumado, parece el sorteo de la Lotería de Navidad, y aún no se han repartido todos los “premios”. Y en ese aspecto tampoco quedan dudas: todos los gobiernos, desde los que rigen pequeños municipios hasta el nacional pasando por los autonómicos en su totalidad, con o sin comicios propios, parecen haber puesto toda la carne financiera en el asador al servicio de la causa: la conquista del voto.
Todo ello ocurre sin excepciones reseñables y sólo condicionado en cada municipio –y en los partidos– por el peso de sus tesorerías. Que deben estar a rebosar, al menos las de las respectivas gobernanzas –central y autonómicos sobre todo, porque los municipales no parece– a juzgar por los anuncios de maravillas largo tiempo pendientes y que de repente, casi como un milagro, ahora se anuncian a gogó. Se hacen promesas de decenas de miles de viviendas sociales, ofrecen ventajas para los okupas –que también votan, no se olvide–, ayudas para cambiar la lavadora o cheques para viajar gratis al extranjero, de forma que los jóvenes puedan comprobar que el presidente Sánchez ha recuperado, adaptándola, por supuesto, aquella la frase de Franco según la cual “ser español es lo único serio que queda en el mundo”. O así.
Ha sido, en efecto, una larga –hace meses que comenzó– y cálida (por el número de boutades entrecruzadas por algunos protagonistas) campaña. En ella se han involucrado directamente los grandes referentes de cada opción, los que fueron y los que aspiran a ser y hasta algunas “viejas glorias”. Además, por supuesto, de los alcaldables y los aspirantes a concejales, seleccionados no tanto por su capacidad y valía cuanto por su presunta influencia para captar votos, aunque a estos últimos se les reservó por los asesores para cubrir estos días los últimos huecos de las programaciones. E incluso en los debates que se organicen allí donde haya alguna duda del resultado.
Eso sí: algo ha quedado pendiente. Puede parecer extraño que se plantee de esta manera porque hay algunos teóricos para los que estos comicios son, en la realidad gallega, 313, uno por ayuntamiento, lo cual es literalmente cierto. Lo que produce rubor es que en la pre, la campaña propiamente dicha y hasta en la post no se hable siquiera de los que deberían tener un mayor interés que son las grandes ciudades, de las áreas metropolitanas. Del mismo modo que no se hable de una renovación organizativa territorial de Galicia, porque está claro que habrá que ir a las comarcas ya que más de la mitad de los concellos son inviables por falta de población. En definitiva, la larga y cálida campaña cubrirá vacantes políticas, modificará o ratificará la mayoría, pero dejará los auténticos problemas de llamado municipalismo. A ver si hay suerte y dentro de cuatros años le toca.