Parece una tontería

¿Qué importancia tiene?

No es fácil matar con la indiferencia esas miradas que caen sobre uno

Juan Tallón

Juan Tallón

Llevamos demasiado tiempo tratando de restar importancia a lo que piensan los demás de nosotros, a cómo nos ven, y fracasando por ello. No es fácil matar con la indiferencia esas miradas que caen sobre uno. Antes o después, te preguntas qué le pasa a la gente por la cabeza cuando te mira, y si te salvan o te condenan. La semana pasada me duché y, por primera vez en años, dejé que se me secase el pelo al aire, sin peinarlo ante el espejo. Y salí a la calle sin más, a buscar a mi hija al colegio. Apenas puse un pie en la acera, me crucé con una de mis tías, que me soltó: “¿Ahora te peinas con la raya al medio?”. Me miré horrorizado en el escaparate de la zapatería que hay debajo de casa. “Hostias”, dije, y volví a casa y le pedí a mi mujer que, por favor, recogiese ella a la niña, porque yo estaba mal peinado. “¿Seguro que no es por salir a la calle con una camiseta rota por catorce sitios?”, preguntó.

Por supuesto, unas personas muestran más desvelo que otras por lo que pensarán los demás de su aspecto. En Un caballero a la deriva, de Herbert Clyde Lewis, me encontré estos días con un personaje fascinante, preocupado por dar siempre una buena impresión al mundo. La novela, escrita hace 80 años, y olvidada, y recuperada ahora en español por la editorial Periférica, cuenta la historia de Henry Preston Standisch, un hombre de negocios muy educado y sofisticado que pasa unos días de vacaciones en un barco, cuando inesperadamente resbala en una mancha de grasa que hay en cubierta y se cae al Pacífico, en algún lugar entre Hawai y Panamá. Pese a que son las cinco de la madrugada, y que se ha levantado para ver el amanecer, Standisch viste uno de sus clásicos trajes de oficina. No es un hombre de “pantalones desenfadados”, ni aun cuando viaja en un carguero adaptado para pasajeros, y todo a bordo transcurre sin demasiado esplendor.

Puesto que goza de una buena forma física a sus 35 años, al principio le resulta sencillo permanecer a flote, incluso divertido, pues muestra optimismo en que no tardarán en darse cuenta de que falta un pasajero, y darán la vuelta para recogerlo sano y salvo. La ropa es un problema, pero el protagonista se enfrenta a ello con valor. No está dispuesto a desprenderse de los zapatos ni del traje, bajo el cual lleva una camiseta deportiva y calzoncillos a rayas azules y amarillas. “Aparte del natural pudor masculino, esa era otra razón por la que había decidido que prefería ahogarse antes que permitir que lo rescataran en ropa interior a rayas”. En su opinión, “el sentido de la decencia de un hombre era tan importante como su vida”.

El momento en que deja de importarte qué opinen los demás de ti, y que ninguna idea o juicio ajenos puedan afectar a tu vida, imagino que desencadena una gran liberación. Aprender a decir “Me da igual”, y que efectivamente algo te dé igual, es una victoria incontestable. Quién sabe si el gran logro de la inteligencia es decidir que muchísimas cosas, muchísimas ideas, muchísimos escrutinios que nos condicionan, no tienen en realidad ninguna importancia.

*Escritor

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