De un país
Cartas de Mondoñedo
En Mondoñedo la vida sigue girando alrededor de la catedral. Allí se arremolina el mismo y constante flujo de peregrinos que bombea vida a las villas y pueblos de los caminos a Compostela. Para expresar lo que es Mondoñedo, su alma e historia, nadie discute la voz de Álvaro Cunqueiro. El esquemático museo que hoy ocupa su antigua casa, frente a la fachada catedralicia, es un lugar lleno de resonancias mínimas, la misma orfebrería con que el escritor fue labrando su poesía y prosa o las traducciones: “Si todo se fai arqueoloxía e cacheo de castros e arquivos, hai que botarse fóra”. Cunqueiro tiene el aliento sentimental, soñador y pícaro de los poetas irlandeses, que es el de los autores del frondoso árbol celta. Una profunda identificación con la tierra y el sufrimiento por las injusticias instalado en las entrañas, “non sei aturar a inxusticia”.
Recorro aquellas pequeñas estancias y escucho el canto del cuco, allí donde Cunqueiro observaba el antiguo bosque de Silva, cuya tala causaría íntimo dolor. La literatura y la vida están hechas con estos materiales y, sin ellos, la página escrita pierde verdad y profundidad. En Mondoñedo, los libros, el autor y su circunstancia tienen una presencia evidente que conviene descubrir y disfrutar; no ignorarla, aun sabiendo que nos asomamos a una realidad muchas veces dolorosa y silenciada.
En la oficina de turismo, entre peregrinos demandando informaciones, es posible hacerse con los libros de Cunqueiro y también con los preciosos carteles editados con motivo de las fiestas y feria de as San Lucas, en octubre. De la última visita me traje Cartas ao meu amigo, el epistolario de Álvaro Cunqueiro a Fernández del Riego entre 1949 y 1961. Son años muy difíciles en la vida del escritor; ha abandonado Madrid, perdido su habilitación periodística, sufrido cárcel. Serán amigos como Del Riego y el grupo de Galaxia o de la editorial Destino en Barcelona, quienes ayudarán a reconstruir la voluntad quebradiza de Cunqueiro. Estos largos e inciertos años de Mondoñedo serán también los más fructíferos de su creación literaria. De ellos saldrán Don Hamlet, Sinbad y Merlín; el Sochantre, Ulises o los Menciñeiros: “os froitos máis frescos e vivos”.
Esta obra risueña y melancólica se hizo entre grandes dificultades económicas y bajo la estricta censura –“dóeme ter un pé derriba de min”–, inimaginables hoy para las nuevas generaciones. Alentaba entonces también en Cunqueiro una esperanza que aún ahora algunos discuten: “Virán días de liberdade lingüística e de poder político”.
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