Macron en el alambre

La paradógica actitud “gaullista” del presidente francés con China que irrita a Estados Unidos

Luis Sánchez-Merlo

Luis Sánchez-Merlo

Emmanuel Macron (Amiens, 45 años), presidente por carambola de la República francesa (67 millones de habitantes), atraviesa sus horas más bajas: moción de censura, huelgas con calles incendiadas y, estadista global, una sorprendente visita de Estado a China (1.400 millones de habitantes).

Todos los frentes a la vez y el más incendiario en casa, con huelguistas y manifestantes en más de doscientas ciudades y la plaza de la Concordia –donde hace tres siglos campeó la guillotina, durante la Revolución– lugar emblemático de las concentraciones.

La controvertida e impopular reforma de las pensiones –que ha contado con apoyo institucional e internacional– tenía como objetivo garantizar el futuro del sistema de pensiones del país, que ya gasta casi el 15% de su Producto Interior Bruto en este capítulo y, de paso, ahorrar cerca de 18.000 millones de euros.

"Ante un clima de hostilidad y contestación social sin precedentes, ha reconocido que la medida es impopular, aunque inevitable"

Junto a la elevación de las horquillas de la edad de jubilación (de 60-62 hasta 62-64 años para el año 2030), la eliminación de privilegios amasados por una clase política, sindical, funcionarial y social, a base de “regímenes especiales de los que se beneficiaban ferroviarios, transportes públicos y sectores energéticos”.

Macron, ante un clima de hostilidad y contestación social sin precedentes, ha reconocido que la medida es impopular, aunque inevitable, si se aspira a conservar las garantías sociales, en un contexto en el que la esperanza de vida no deja de avanzar. Defender la protección del futuro de las pensiones es una necesidad que el país debe soportar unido.

Poner en riesgo la sostenibilidad del sistema de pensiones, en aras de cosechar un rédito electoral para perpetuarse en el poder, no deja de ser un ejercicio temerario que compromete la estabilidad del país y traiciona a las generaciones futuras.

Ante una crisis nacional grave, en base a una situación insostenible –la población francesa está privilegiada, en comparación con la del resto de europeos, con jubilaciones más tardías, entre los 65 y los 70 años– Macron activó un mecanismo legislativo de urgencia (artículo 49.3 de la Constitución francesa) que permite aprobar una ley sin someterla a votación en la Asamblea. La cuadratura del círculo que un editorialista definió como: “La arrogancia del Presidente frente a la democracia”.

Con la decisión de no abdicar de la reforma, a pesar de la oposición de los ciudadanos franceses –un asombroso 73%– es consciente de que se juega su prestigio y reputación, por lo que es presumible que lo pague caro en las urnas.

Un amigo francés ha tratado, en balde, de convencerme que el restaurante favorito de Macron en París (La Rotonde) no se quemó a causa de las pensiones, sino porque los franceses pagan entre 4 y 7 veces más por el gas natural licuado (GNL) estadounidense.

En su viaje de tres días a la República Popular China –alfombra roja, cañonazos, banquetes y paseo sin corbata con Xi Jinping (XJ) por el Jardín de los Pinos de Guangzhou, con charla con té incluida– la intención presumida era instar a XJ (ese personaje tan poderoso como aburrido) a utilizar su influencia con Putin para poner fin a la Operación Militar Especial en Ucrania. Pero nada más bajarse del autobús –la primera en la frente– dijo: “Nosotros, los europeos, nos equivocaríamos si dejáramos que Rusia fuera la única nación europea que hablara con China”.

En la declaración conjunta de la rimbombante “Asociación estratégica global de Francia con China” se mencionaba como objetivo “apoyar todos los esfuerzos para restaurar la paz en Ucrania”, sin hacer alusión alguna a la agresión rusa.

Pero resultó ser el trampantojo de otra realidad: la firma de acuerdos, por valor de unos 15.000 millones de dólares, sobre energía nuclear civil, energía eólica, cosméticos, aviones, aves de corral, carne de vacuno y porcino. Lo que vendría a ser “me importan más los negocios –de Francia con China– que Ucrania o Taiwán”.

"Con la decisión de no abdicar de la reforma, a pesar de la oposición de los franceses –un asombroso 73%– es consciente de que se juega su prestigio y reputación"

Macron, que practica el arte de los susurradores de dictadores, en esta ocasión se abstuvo de presionar a XJ para que se posicionara en contra de la guerra rusa contra Ucrania. Temía molestarle y no lo hizo.

El pase de pecho –la postura sobre Taiwán– lo dio en el avión de vuelta, al advertir a Europa evitar convertirse en “seguidora de Estados Unidos” y quedar “atrapada en crisis que no son nuestras”. Una vulgar metedura de pata, por mor de delirios de relevancia.

Recordaba a Chamberlain, cuando desestimó la crisis que culminó, en 1938, con la entrega de los Sudetes a Hitler, “disputa en un país lejano entre gentes de las que no sabemos nada”.

No era la primera vez que su boca trabajaba más rápido que su cerebro y el balance fue casi unánime: viaje desastroso y un nuevo lío que añadir a un mundo cansado del saqueo y robo de sus recursos, la intimidación, las guerras ilegales, las sanciones baldías y los sermones hipócritas de superioridad moral.

Desde 2017, cuando Macron fue elegido por primera vez, una parte de la opinión le viene considerando un arrogante engreído. Y, con sarcasmo, le llama Júpiter, rey mitológico de los romanos, un personaje a cuerpo de rey, indiferente a las preocupaciones de su pueblo. Ahora, da un paso adelante, para volver al centro del escenario, y el espejo en el que se refleja resulta ser De Gaulle, primer líder occidental que reconoció a la China comunista en su conjunto. Y quien, en plena Guerra Fría, rompió con la OTAN, retirando las fuerzas francesas del mando atlántico y sacando de Francia a las tropas extranjeras (es decir, estadounidenses).

Decisión facilitada por un acuerdo lateral que respetaba la realpolitik, lo que equivalía a decir que si Francia se viera amenazada por la URSS, volvería al cobijo de la OTAN, dispuesta a pagar el precio para defender al único país europeo que tiene su propia disuasión nuclear propietaria, con los portadores necesarios (submarinos nucleares, lanzadores de ataque y misiles, portaaviones y bombarderos estratégicos).

En lugar de mostrarse como un aliado sólido, dispuesto a ayudar en una causa justa –defendiendo Taiwán– en Pekín, eligió mal sus palabras y mostrando una escasa fibra moral, dio la impresión de que con tal de mejorar el acuerdo comercial, tiraría a su madre debajo de un autobús. Porque sugerir que Occidente está dividido sobre el destino de Taiwán, que no le importa, solo propicia dar a China más incentivos para arriesgarse a una guerra que no beneficia a Francia ni a ninguna otra nación.

Frente a quienes insisten en que Macron actúa como si fuera el líder de una gran potencia mundial –sin serlo– sus defensores argumentan que fue inteligente al hablar con XJ porque siempre es bueno entender bien a tu adversario, tendiendo puentes mientras otros cierran la puerta.

Pero hay más que la emulación gaullista o una suculenta cartera de pedidos. El presidente francés sigue molesto con Biden porque los australianos decidieron comprar submarinos nucleares de ataque rápido a EE UU, en vez de viejos submarinos de propulsión diésel a Francia.

La alianza AUKUS –Australia, UK, USA– actor importante en el Pacífico, está pensada no solo para prevenir amenazas: se extiende a hacer frente a una agresión china en toda la región.

Y como por ensalmo, el rugido de la codiciosa industria de la guerra. Ya lo dijo el general Norman Schwarzkopf: “Ir a la guerra sin los franceses es como ir de caza sin acordeón”.

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