¿Se está debilitando la convicción democrática?

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

La segunda acepción de la palabra “convicción” es la de “idea religiosa, ética o política a la que se está fuertemente adherido”. Personalmente creo, al igual que Winston Churchill, que “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. Por eso estoy muy fuertemente adherido a la idea democrática desde muy joven, aunque con respecto a las demás ideas políticas necesité más tiempo para ir perfilando mi ideología.

Entenderán, por tanto, que plantee la cuestión a la que se alude en el título. Y es que estoy convencido de que la convicción democrática a la que nos vinculamos los españoles que aprobamos muy mayoritariamente la Constitución de 1978 se ha ido debilitando con el paso del tiempo hasta el punto de que en la actualidad me invade la sensación de que dicha democracia está puesta en entredicho seriamente.

En el discurso que dio ante las Cortes Generales el 27 de diciembre de 1978 el entonces rey Juan Carlos I expresó su deseo de que todas las fuerzas políticas constituyentes “vieran cumplidas cuantas esperanzas habían depositado en el texto constitucional”, al tiempo que manifestó su confianza en la buena voluntad de todas aquellas para aceptar y ejercer la responsabilidad que en su aplicación corresponde. Pues bien, me temo que aquellas esperanzas y su confianza en la aplicación responsable de la Carta Magna, no solo no se hicieron realidad, sino que con el tiempo surgieron otras esperanzas y se aplicó nuestra Constitución con laxitud difícilmente admisible.

Convendrán conmigo en que los pilares sobre los que nuestros constituyentes asentaron la España democrática de 1978 (todos ellos expresados en el Título Preliminar de nuestra Carta Magna) son, al menos, los siguientes: constituir España como un Estado social y democrático de Derecho; propugnar como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político; reconocer que la soberanía popular reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado; instituir como forma política del Estado la Monarquía Parlamentaria; designar como fundamento de la Constitución la indisoluble unidad de la Nación española, que es considerada como patria común e indivisible de todos los españoles; reconocer y garantizar el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran España, así como la solidaridad entre todas ellas; y encomendar a los partidos políticos la expresión del pluralismo político, la función de concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular y ser el instrumento fundamental para la participación política.

"Estoy muy fuertemente adherido a la idea democrática desde muy joven, aunque con respecto a las demás ideas políticas necesité más tiempo para ir perfilando mi ideología"

A lo que antecede cabe añadir que en el ejercicio de la acción política durante los primeros años se sabía perfectamente lo que era el interés general de España, se situaba en el centro del sistema democrático, y se anteponía a los demás intereses particulares de las personas o grupos.

Pero la panorámica de la España que comenzó a caminar en 1978 no sería completa si no añadiésemos que, junto a la amplísima mayoría de españoles que aspiraba a que la convivencia ciudadana se articulara a través de nuestro sistema democrático constitucional, seguían existiendo algunos grupos que utilizaban el terrorismo como medio de apoyo para la consecución de sus fines.

El movimiento terrorista más relevante era, con mucho, la banda criminal ETA, que mantenía sus bases con cierta impunidad en el País Vasco, en parte porque había quienes comulgaban con sus ideas radicales y en parte porque habían instaurado una atmósfera de pánico en medio de un clima de delaciones que era difícilmente soportable por los ciudadanos menos valerosos.

Ambas maneras de concebir España, la Constitucional y la que intentaba destruirla, convivieron durante varios años. La España constitucional iba poniendo en practica su modelo “haciendo camino al andar” y teniendo que vencer enormes dificultades para superar las ideas contrarias a la propia convicción democrática que procedían de los dos extremos políticos: los residuos del franquismo que desembocaron en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y la creciente actividad terrorista de ETA que golpeaba España con atentados cada vez más brutales.

Por eso cuando pasados algunos años del nuevo siglo XXI se volvía la vista atrás, se veía una senda repleta de beneficios democráticos, que podían resumirse, sin exageraciones propagandistas, en un largo y fructífero período de convivencia democrática y bienestar económico y social.

"A finales de la primera década de este siglo, la situación económica cayó en una crisis profunda, que trajo una nueva generación de políticos no protagonistas de la transición que halló una sociedad devastada idónea para las ideas populistas"

Por desgracia casi a finales de la primera década del siglo actual la situación económica cayó en una crisis profunda, que trajo consigo una nueva generación de políticos que no habían sido protagonistas de la transición, pero sí sus beneficiarios, la cual se encontró con una sociedad devastada idónea para la propuesta de nuevas ideas elaboradas en el caldo del más rancio populismo.

Y como si los políticos de los primeros años fueran los únicos causantes de la crisis, que no lo eran del todo, aunque sí de importantes y numerosos episodios de corrupción política, se presentaron como portadores de unos nuevos valores de los que carecía “la casta anterior”, logrando abrirse camino en el panorama político de entonces. Lo cierto es que esta nueva estirpe de políticos era mucho más radical y tuvo que fracturar el estatus de las dos grandes posiciones políticas que habían venido intercambiándose en el ejercicio del poder.

A todo lo anterior hay que añadir el relevante papel que fueron adquiriendo partidos políticos que acabaron transitando desde una “partitocracia” a una “partitadura”, junto con una creciente profesionalización de los políticos que ha desembocado en una verdadera lucha a brazo partido por el poder en la que la víctima ha sido la propia democracia de 1978.

Hoy las propuestas legislativas que obtienen el respaldo mayoritario de las Cámaras provienen de dos partidos minoritarios, uno sedicioso y el otro filoterrorista que imponen a la mayoría de la ciudadanía sus soluciones minoritarias y radicales. Y esto es para mí lo que está debilitando nuestras convicciones democráticas, al menos las mías.