Crónica Política

El laberinto

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

A la vista de los datos que acaba de publicar FARO DE VIGO –“la mitad de los gallegos que se licenciaron hace una década cobra menos de 1.500 euros al mes”–, y de que no se cubre aquí un porcentaje importante de empleos, no faltará quien recuerde al Dante Alighieri y la inscripción en la entrada de los círculos del infierno. Y es que, por exagerado que parezca, las economías gallega y española ofrecen para los jóvenes –y para los que ya no lo son–, tan pocas perspectivas que justifican el abandono de toda esperanza a los que en ellas penetran. Y así, probablemente, casi ad infinitum a no ser que llegue al Gobierno –y genere una reacción autonómica en cadena– alguien que, con auténtico patriotismo, coraje y visión realista, afronte lo necesario.

El quid de la cuestión consiste, por supuesto, en acertar con lo que hace falta para penetrar sin perderse en el laberinto que forman las cuentas del Estado, las comunidades, las diputaciones y los ayuntamientos. Un escenario en el que, por si fuera poco, sobra la mitad de los municipios y la totalidad de las corporaciones provinciales. Y que tienen el mismo sistema –o muy parecido, con la excepción del País Vasco y Navarra–, problemas, aún con matices, similares y un esquema de financiación obsoleto, manejado con único criterio de hacer lo que al Gobierno actual le conviene. Un marco que crea desigualdad e injusticia y agrava los conflictos que existen desde hace demasiado tiempo.

El panorama –que sólo aporta esperanza a través del espectacular crecimiento de la Formación Profesional– empeora cuando se habla de las oportunidades sociales, laborales y/o estructurales que se ofrecen a la población: salarios bajos, escasa productividad, no demasiada competitividad y niveles de progreso en bajada desde hace unos años. Las crisis sucesivas, lejos de aprovecharse –lo que es aún más lamentable desde que aparecieron los fondos europeos– para detectar errores y corregirlos, apenas han servido para empobrecer a la gente del común, endeudar a la sociedad española hasta límites imposibles de soportar y transformar a su economía en una máquina que funciona sobre todo a base de ayudas y subvenciones que aplican criterios de adjudicación sospechosos por opacos.

No se trata de describir el apocalipsis, porque a pesar de lo que parezca, la situación tiene remedio. Para aplicarlo con eficacia se necesitan, como quedó dicho, responsables que asuman la realidad y, sobre todo en un año como éste, pongan las luces largas para ver todo el camino y no sólo el tramo inmediato, el que lleva a las elecciones. Porque eso es lo que necesitan Galicia y España, una lección de realismo pero, sobre todo, la conciencia clara de que la solidaridad no consiste en repartir la pobreza, sino en eliminarla. Y una política fundamentada en poco más que lo que el Estado pueda llevar a cabo, supone cargar, con impuestos crecientes y cada vez más difíciles de asumir, las espaldas de los que crean trabajo y los que consiguen empleo para así soportar el peso del conjunto.

Galicia, por ejemplo, necesita, al decir de algunos expertos, una economía que le permita desarrollar todo su potencial de progreso, que es bastante más de lo que muchos suponen, y aprovechar la oportunidad de las nuevas tecnologías y de los recursos que la liberarán de dependencias que hasta ahora han condicionado su desarrollo. Reflexiones todas ellas, formuladas desde la opinión personal, que conectaban con el dato de los licenciados, y tantos otros, que después de años de intentar obtener lo que sin duda muchos merecen, se pierden en el laberinto que lleva a la prosperidad.

Suscríbete para seguir leyendo