Las cuentas de la vida

La prosperidad de las naciones sólo conoce una fórmula mágica

Daniel Capó

Daniel Capó

“La fórmula mágica de todos los que se oponen a la reforma de las pensiones es el déficit”, ha declarado el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Es precisamente la fórmula que ha adoptado España, a pesar de todas las evidencias en contra y de la enorme brecha social que se abre a nuestros pies.

Con una revolución tecnológica en marcha –la Inteligencia Artificial es el último exponente de este proceso– y una honda reestructuración del peso geopolítico de las naciones –recordemos las palabras de Xi Jinping la semana pasada en Moscú–, el gobierno socialista ha preferido recurrir a la indexación inflacionaria de las pensiones antes que intentar deshacer los nudos gordianos que dificultan el impulso del país y así mitigar el deterioro en los estándares de vida de los trabajadores. Los 15.000 millones de euros adicionales que se destinarán este curso a las pensiones –y el próximo, y el próximo…– para tapar el agujero de la subida en el IPC no se pagan sino creando un doble agujero –el del déficit y el de la deuda– y dejando a las Administraciones Públicas sin recursos con que afrontar las numerosas carencias del país.

La más urgente por su peso social es la de la vivienda pública, tanto en propiedad como en alquiler. Sin casas a un precio asequible, el foso entre propietarios –o herederos– y no propietarios se hace infranqueable. Se ha hablado mucho –y con razón– de la caída en el peso relativo de los salarios a fin de explicar la crisis de las clases medias, y algo hay de ello por supuesto; pero es en la burbuja inmobiliaria donde se focaliza la causa principal de la ruptura de clases. Sin vivienda asequible, no hay posibilidad de sacar a flote una familia, de ahorrar o de iniciar proyectos personales y profesionales.

"Año tras año se acumularán 15.000 millones de euros, cuyo único objetivo es ganar unas elecciones"

No se trata sólo del acceso a la vivienda, por supuesto, sino de la ausencia de una política industrial; de la dificultad de acercarse a las distintas Administraciones Públicas –como puede comprobar cualquiera que quiera solicitar cita previa–; de la falta de inversión en sanidad, en educación y en ciencia; del olvido de la defensa o del mantenimiento de los bosques y del patrimonio histórico y natural, y así un largo etcétera. Año tras año se acumularán 15.000 millones de euros, cuyo único objetivo es ganar unas elecciones, pero mucho menos decir la verdad al electorado, preparar el futuro o repartir los costes de una crisis indudable para mejorar un país.

Macron tiene razón al querer reformar las pensiones en Francia y Sánchez no la tiene al financiar con el déficit una coyuntura concreta. El difícil equilibrio que mantienen los partidos políticos entre el corto y el largo plazo, cediendo fácilmente a la tentación demagógica de las expectativas electorales (tan comprensible por otro lado) constituye una de las causas primeras del deterioro en la calidad democrática y del empobrecimiento del debate público. Lo sólido, lo serio, lo responsable es gobernar para todos, incluyendo y no separando, pensando en el futuro y no sólo en el presente. Lo sólido, lo serio, lo responsable no es cargar a nuestros hijos y a nuestros nietos hasta la última factura del bienestar actual, sino gobernar teniendo en cuenta el gran pacto entre generaciones en que se basan las sociedades y los países. Lo otro es la irresponsabilidad. Y también un lento pero inevitable empobrecimiento.

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