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Luis Carlos de la Peña

El trigo en las fronteras

En la amplia estela de los escritores metidos a diplomáticos, tan habitual en las cancillerías latinoamericanas, se ha configurado una tradición que, mucho me temo, tiene difícil continuación. Quizá todo empezó con Neruda, aquel sensual poeta empeñado tanto en disfrutar de la noche madrileña desde la Casa de las Flores como en fletar los barcos necesarios para facilitar el exilio de los republicanos españoles. Pablo Neruda, el Nobel de literatura chileno que se fue a morir a su Isla Negra, plagada de conchas y mascarones de proa, estableció un canon del hombre de letras dedicado a la diplomacia como coartada para viajar, casi siempre a París. Octavio Paz, el mexicano también distinguido con el Nobel, es una mímesis del anterior en trazo lógico y racionalista. Poeta, ensayista y siempre polemista, los textos de Paz se leen con el respeto debido al código de Hammurabi o las Pandectas del derecho romano, una verdad revelada, eso sí, bajo la sospechosa sombra de la CIA.

"Pablo Neruda estableció un canon del hombre de letras dedicado a la diplomacia como coartada para viajar"

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Gabriela Mistral o Julio Ramón Ribeyro, aquel desdichado peruano en nómina parisina de la UNESCO, son otros ejemplos de esta doble dedicación. Pero hoy es obligado citar a Jorge Edwards, el último de esta estirpe y que nos acaba de dejar. A Edwards le bastaría un solo libro para participar del famoso boom de la literatura latinoamericana del pasado siglo. Persona non grata (1973) fue el testimonio anticipatorio del fracaso de la revolución cubana. La narración de la visita, junto a Fidel Castro, a una explotación experimental láctea dibuja los holgados contornos del sueño revolucionario. La hibridación de cebúes asiáticos y vacas lecheras Hollstein debiera convertir a la isla caribeña en una potencia lechera, capaz de abastecer de yogures y quesos a todo el subcontinente americano. La convicción de Castro de que Cuba produciría el mejor camembert del mundo provocó la reacción del experto francés presente: “Eso es imposible, primer ministro”. A lo que Fidel comentó: “¡Qué sectarios son estos franceses!”. Un ejemplo de realismo mágico a disposición de la creación literaria. Edwards no lo desaprovecharía.

En esta orilla y lejos del protocolo y circunspección diplomáticas, Carlos Oroza ha sido recordado en Vigo. Su sombra es aún hoy perceptible en determinadas terrazas y travesías de la ciudad. Se insiste en el carácter oral de su poesía, en la cualidad recitativa del poeta, un haz de tendones y sensibilidad. La aspiración de cualquier poeta es dejar a la posteridad algunos pocos versos. Oroza los tiene. Por ejemplo, este: “¡Dejad que el trigo crezca en las fronteras!”.

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