Parece una tontería

Prácticamente un inútil

Juan Tallón

Juan Tallón

Descubrí por casualidad que goteaba un latiguillo debajo del fregadero. En el momento de tirar a la basura unos plásticos, lo vi. Fue espantoso. Pero verdaderamente espantoso. Resoplé y enseguida hice la por la señal, maniobra con la que se identifica a primera vista a un inútil. Que el latiguillo va en serio uno lo empieza a descubrir tarde. Mientras funciona ni siquiera sabes para qué sirve, ni por qué es como es, ni de dónde le viene el nombre. Lleva una existencia triste, vulgar, de pequeño objeto, tras una gruesa tubería y un montón de productos de limpieza. Vida de “allá atrás”.

Perdía bastante agua, pero el charco era pequeño todavía. Quizá acababa de romperse. Así que tuve mala y buena suerte a la vez. Empecé a dar voces y a correr por el pasillo, preguntando dónde estaba la maldita llave de paso del agua. Miré incluso en el dormitorio, y nada. No se conoce del todo una casa nueva en nueve meses, pensé en mi favor. Si hubiese localizado esa llave al principio al poco de hacer la mudanza, por otra parte, ya lo habría olvidado, con lo cual estaría en las mismas.

Nadie reaccionó a mis gritos. No hubo un “¿por qué lo preguntas?”, un “no tengo ni idea”, un “qué pasa” o un “no grites que te oímos igual”. Pudo ser porque estaba solo en casa, no lo niego. Recibí un segundo y simultáneo golpe de mala y buena suerte cuando Marta y Helena llegaron de la calle en ese momento. Se fueron directas al patio y giraron la llave de paso.

En unos pocos segundos hice balance del futuro: no podríamos lavarnos, ni poner la lavadora, ni conectar el lavavajillas, ni fregar una taza, ni cepillarnos los dientes, ni dar de beber a la perra ni cientos de cosas más que uno nunca pensó que funcionaban con agua. “Estamos prácticamente muertos”, advertí sin paños calientes. Por supuesto, en mi agenda no tenía el teléfono de ningún fontanero. Me pregunté, desolado, de qué amistades y conocidos me había estado rodeando en los últimos años. Periodistas, poetas, escritoras, camareros, médicos, abogados, empleadas de banca, libreras, editoras, fisioterapeutas, políticos, comerciales, empresarias, farmacéuticas, profesoras, productores, músicos, artistas... ¿de qué servía su teléfono, su mail, su aprecio, cuando fallaba un latiguillo?

Me eché un rato en el sofá, para reponerme, mientras recordaba cómo un par de años antes mi padre me describió ante una cámara de televisión: “Es prácticamente un inútil”. Cuánto realismo. Entretanto, Marta llamó a un fontanero, giró una minúscula válvula bajo el fregadero, y abrió la llave general, devolviendo el agua a todos los grifos menos al de la cocina. Eso podía haberlo hecho cualquiera, pensé para mí. Me reafirmé cuando un día después el fontanero llegó, sustituyó el latiguillo con una llave inglesa, cobró y se fue en cinco minutos. A veces creo que entre ser un inútil y no serlo hay una estrechísima diferencia, una grieta, una muy pequeña rendija por la que el inútil sabe precipitarse y darse un hostiazo, hasta casi sentir que se mató.

*Escritor

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