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El ‘lobby’ atlántico, entre la esperanza y la desconfianza

Encuentro de presidentes autonómicos el pasado 13 de marzo en Vitoria.

Encuentro de presidentes autonómicos el pasado 13 de marzo en Vitoria. / David Aguilar

El pasado lunes Vitoria acogió un encuentro inédito: cuatro presidentes autonómicos (dos de comunidades históricas) de cuatro formaciones políticas (PNV, PP, PSOE y Partido Regionalista de Cantabria) escenificaron un frente común bautizado como lobby atlántico”, para, en esencia, reclamar al Gobierno una voz propia en la defensa del Corredor de Mercancías y para urgir las infraestructuras imprescindibles que les permita estar conectados con la red europea de hidrógeno y otras energías. Los dirigentes de País Vasco, Galicia, Asturias y Cantabria expresaron un propósito más ambicioso: hacer llegar en primera persona a Bruselas sus demandas ante el temor de que las instituciones europeas desplacen el foco de su interés hacia los países del este del continente. En ese empeño, proclamaron que buscarían la complicidad y el compromiso de los agentes económicos y sociales de sus respectivos territorios.

Convocados de forma inopinada por el lehendakari Iñigo Urkullu, Alfonso Rueda, Adrián Barbón y Miguel Ángel Revilla solemnizaron su unión en una foto que, como tantas otras, produce entre los ciudadanos un sentimiento ambivalente. Por un lado, el de la esperanza, incluso la ilusión, de que al menos por una vez comunidades y líderes de diferentes colores políticos sean capaces de arrumbar sus legítimas aspiraciones para trabajar de forma cohesionada y coordinada en la defensa de intereses comunes que en este caso no son menores: infraestructuras, energía o demografía.

Pero junto a esa expectación inmediatamente surge el sentimiento de desconfianza. Por desgracia hay demasiados antecedentes que lo alimentan. Basta dar un repaso a las hemerotecas y a los archivos gráficos del periódico para comprobar las decenas de imágenes que han recogido momentos pretendidamente históricos de alianzas entre líderes políticos y territorios, unidos por las causas más variopintas. Esas imágenes, con el tiempo, devinieron en papel mojado.

El otro elemento que aviva el descreimiento es el contexto político en el que se produce. La perspectiva de unos comicios locales y autonómicos (no en Galicia ni en el País Vasco, pero sí en Asturias y Cantabria) el 28 de mayo y generales a finales de año tiñe, por no decir contamina, todo acto de esta naturaleza de un tinte electoralista que hace dudar de las intenciones de unos y otros y, lo que es mucho peor, de la durabilidad de su acuerdo.

Pese a los esfuerzos del lehendakari Urkullu de dotar de solemnidad a la cumbre de Vitoria –su voz sonó pomposa y engolada–, lo cierto es que el Gobierno vasco no es precisamente el socio más fiable para emprender una batalla contra Madrid. Nuestra historia democrática revela la extraordinaria capacidad de adaptación del PNV para llegar a acuerdos propios con unos y otros ejecutivos al margen de ideologías –González, Aznar, Zapatero y Rajoy, hasta el día previo a la moción de censura que lo derribó, pueden dar fe de ello–. Sus votos en el Congreso, como bien sabe ahora Pedro Sánchez, cotizan muy alto y su capacidad para sacar petróleo de una relación bilateral es proverbial. Esa virtud para cambiar de bandera en función de cómo sople el viento político no lo convierte precisamente en un socio fiable. Y su empeño permanente por exhibir que el País Vasco se mueve en una liga muy diferente a la del resto de las comunidades –con la excepción quizá de Cataluña– tampoco contribuye a darle credibilidad a su estrenado fervor por el Noroeste.

“El Noroeste no puede seguir mirándose el ombligo y enarbolar la queja permanente. Toca remangarse y ejercer la presión política con todas las consecuencias y sin distracciones. En España y fuera. Con firmeza y unidad”

Sin poder obviar estas circunstancias, lo cierto es que el encuentro sí podría ser un buen punto de partida sobre el que construir una potente macrorregión, un espacio que necesariamente necesita reposicionarse a la vista de los movimientos y logros cosechados por las comunidades mediterráneas. Porque el Levante, liderado por sus grandes referentes empresariales, ha sabido imponer su agenda, sus demandas y prioridades, orillando las de otras autonomías. Su éxito radica en una combinación de inteligencia, astucia, coraje, unidad y perseverancia.

Este es precisamente el camino que debe seguir el autodenominado “lobby atlántico”, que buscará la adhesión de otras regiones. El Noroeste no puede seguir mirándose el ombligo y enarbolar la queja permanente. Esa estrategia no conduce a nada más que a la frustración y a la pérdida de oportunidades. A quedar relegados del tren de la modernidad. Ahora toca remangarse y ejercer la presión política con todas las consecuencias y sin distracciones. Presionar en España y fuera de sus fronteras.

El primer objetivo es despejar el futuro del Corredor de Mercancías, que corre el riesgo de encallar en Francia –este país fija su puesta en marcha para 2042, mientras que el del Noroeste peninsular estaría listo en 2030–. La presidencia española de la UE, en el segundo semestre del año, es una extraordinaria ocasión para darle un impulso a una línea ferroviaria clave. En este sentido, el anuncio realizado por Pedro Sánchez y su homólogo portugués, António Costa, de que enviarán una carta a la Comisión Europea para urgirle a Francia su parte es un pasito en la dirección correcta. Pero esto no se arreglará con misivas bruselenses.

Bienvenido, pues, ese “lobby atlántico”. Ojalá que el propósito tan ambicioso con el que ha nacido se mantenga en el tiempo hasta lograr unos objetivos que deberían trascender los de las infraestructuras. De lo contrario, la foto de Vitoria pasará a engrosar la abultada carpeta de lo que pudo haber sido y no fue.