De un país

Laxeiro en el MARCO

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

Quien quiera acercarse a la obra de Laxeiro tiene en el MARCO vigués su oportunidad. La muestra Laxeiro e a arte da súa época, comisariada por el propio director de la institución, Miguel Ángel Fernández Cid, es una interesante exploración en el tiempo e influencias del pintor de Donramiro, en Lalín. Del impresionante y mínimo grabado de Rembrandt al solemne tríptico de Saura, el ambicioso ensayo que se ofrece en el céntrico museo vigués permite asistir a un diálogo entre artistas; referencias categóricas unas y más especulativas otras, que el visitante puede descubrir o imaginar y que harán, de esta inmersión en el mundo de Laxeiro, una pequeña aventura del descubrimiento, de sugestiones nunca desdeñables.

En este sentido de exploración, tiene interés el reportaje de FARO DE VIGO que recogía las opiniones de ocho artistas sobre las distintas obras expuestas. Conocer el punto de vista crítico sobre la obra de un colega –un maestro de la pintura moderna en Galicia, como Laxeiro– es siempre revelador, referido tanto a la materia juzgada como sobre quien juzga. Los “paisajes de la mente” que cita Din Matamoro o la persistencia del “gesto personal” que sostiene Pérez-Jofre, funcionan como síntesis válidas de las opiniones recogidas y de lo que podemos llegar a interpretar de lo observado en el antiguo caserón de la calle Príncipe.

Sostienen los críticos que la época creativa más fecunda de Laxeiro coincide con las dos décadas de su estancia en Argentina, entre 1950 y 1970. La muestra del MARCO cumple con esta premisa de exigencia al corresponder a esta época la mayor parte de las telas colgadas. En ellas está el fruto maduro del artista que, usufructuando la tradición, logra renovar la expresión artística de su tiempo y circunstancia. Una obra que apenas abandona la figuración, la constante presencia humana, raramente individualizada, o los motivos populares que, representando las fiestas y cencerradas, traslucen un inquietante ambiente brutal y enardecido de burla pública próxima a la ordalía o el linchamiento. Todo ello está lejos de la idealización campestre y festiva, del romanticismo de un pueblo manso, humilde y devoto. Lo grotesco, también lo degenerado, asoma con insistencia en Laxeiro. Por ello esta obra, tan deudora del románico, no puede ser para el visitante una experiencia neutra. Los grabados de Goya, las estampas de guerra en Castelao, la amargura del expresionismo alemán, el esperpento valleinclanesco o la esmorga de Blanco Amor son materiales que esta muestra permite evocar. De ahí su potencial propositivo y develador.

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