Cuando la hoy invadida Ucrania invadió Irak

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

La hemeroteca depara muchas veces sorpresas que los poderes establecidos tratan de hacernos olvidar porque muestran la doble vara de medir de Occidente.

En su edición del 14 de agosto de 2004, el diario The New York Times informaba de que Ucrania era uno de los países más activos en el envío de tropas al contingente que participó en la invasión ilegal de Irak por Estados Unidos.

Ucrania mandó entonces allí a cinco mil militares que ayudaron a la superpotencia a invadir y destruir una nación soberana cuyo Gobierno no gustaba a Washington.

"A Washington no le preocupa lo más mínimo violar la soberanía nacional, sostiene McMacken, si ello favorece a sus ambiciones"

Aquel gesto solidario de Kiev suscitó los elogios del entonces secretario norteamericano de Defensa, Donald Rumsfeld, quien agradeció el “excelente apoyo” prestado a la campaña militar de EE UU contra “los terroristas”.

Todo eso nos lo recuerda ahora Ryan McMacken, autor de varios libros y director de comunicaciones del Instituto que lleva el nombre de Ludwig von Mises, uno de los padres de la escuela económica austriaca.

Ese centro de estudios, con sede en Auburn, Alabama, sigue la tradición intelectual de ese economista y defiende, entre otras cosas, la menor intervención posible del Gobierno, la economía de mercado, una regulación muy laxa y una imposición fiscal también muy baja: es decir, el capitalismo puro y duro.

De ahí que sorprenda el artículo que ha publicado su director, McMacken, sobre la guerra de Ucrania en el que sostiene, por ejemplo, que EE UU ha aplicado allí idéntico enfoque al de otras guerras con países pequeños, incapaces de reaccionar.

Y al igual que hizo, por ejemplo, en el Irak de Sadam Husein, el Gobierno de Washington propugnó también en el caso de Rusia un “cambio de régimen” sin pararse a pensar si tras Putin pudiera venir acaso algo peor.

Según McMacken, para los norteamericanos es difícil de tragar una píldora que no signifique la total derrota del enemigo, su “rendición incondicional” como ocurrió, por ejemplo, con Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.

La realidad, sin embargo, es que la mayoría de los conflictos acaban en soluciones negociadas, y esto es lo que, en opinión del director del Instituto Mises, va a terminar ocurriendo también en Ucrania.

Una derrota rusa que signifique el total abandono del territorio ocupado nunca tuvo visos de convertirse en realidad, explica McMacken.

Washington trató de presentar la respuesta militar de la OTAN a la invasión rusa como una “cruzada moral”, pero fracasó en su intento de aislar por completo al país de Vladimir Putin.

Pese a las fuertes presiones de Washington, los líderes de la mayoría de los países del llamado Sur global no se han mostrado dispuestos a “empobrecer a sus poblaciones” sólo para complacer al Gobierno de EEUU.

La resistencia a seguir a Washington en ese asunto tiene que ver con el convencimiento de muchos países de que frases como el “respeto a la soberanía nacional o al derecho internacional” no son sinceras.

Lo ha demostrado Estados Unidos con sus ataques a Afganistán, Irak, Libia o Siria. A Washington no le preocupa lo más mínimo violar la soberanía nacional, sostiene McMacken, si ello favorece a sus ambiciones.

Lo que Estados Unidos llama “orden internacional basado en reglas” no significa nada cuando le resulta incómodo a su Gobierno.

McMacken cree que nos acercamos a una posible solución negociada de un conflicto que debió haberse evitado y que está costando decenas de miles de vidas y la total destrucción de la riqueza de un país.

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