DE UN PAÍS
Vecinos que el viento trae
Las palabras del cineasta Rodrigo Sorogoyen cuestionando el modelo eólico de Galicia –“Renovables sí, pero non así”–, son solo la punta del iceberg de la inquietud social que ha fraguado en nuestro país. Su galardonada película, 'As bestas', ha sabido transmitir el conflicto creciente que, a cuenta de los aerogeneradores, se vive en el mundo rural gallego, y no solo en él.
Es paradigmático el cambio de opinión social respecto del modelo eólico seguido. De un apoyo sin reservas, acrítico, a las energías renovables, se ha pasado en pocos años a una actitud mucho menos complaciente y receptiva. El desarrollo de los planes eólicos ha hecho tomar conciencia de su magnitud e impacto paisajístico. Las empresas vieron pronto la oportunidad que se abría y las administraciones competentes, Gobierno central y Xunta en nuestro caso, han sido dóciles en facilitar un fabuloso negocio sin evaluar debidamente sus consecuencias.
En Galicia teníamos, desde los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, una memoria vívida de apropiación de los ríos para la explotación de las centrales hidroeléctricas. Más cercana en el tiempo, la experiencia brutalmente contaminante de las centrales térmicas de Cerceda y As Pontes que se justificaban en la minería del carbón preexistente, los puestos de trabajo creados y unos magros ingresos municipales que daban para un polideportivo o un tanatorio. El actual desembarco eólico tiene, en el paisaje, un impacto equivalente al de un continuo parque industrial, pero con apenas empleos, sin ingresos municipales ni creación de empresas locales. Un manto de púas que se ha tendido sobre el país, dominando cualquier otero expuesto a la rosa de los vientos. Una costosa contribución a la pretendida “autosuficiencia energética” (Valentín G. Formoso).
La vicepresidenta del gobierno, Teresa Ribera, ha dicho que los promotores del negocio renovable “son los nuevos vecinos y deben asegurarse de que son bien recibidos… dando las máximas garantías ambientales y generando beneficios a las comunidades”. En muchas zonas de Galicia ocurre que ya no hay vecinos a quienes dar garantías ni beneficios, por eso crece allí, sin trabas, el expolio del paisaje y el negocio eléctrico: dividendos para los accionistas y bonus para los gestores que, en poco tiempo, desdoblarán la actividad en Bolsa o traspasarán las instalaciones a los fondos de inversión transnacionales. Los “nuevos vecinos” de nuestras sierras no son tales; son okupas del territorio o, en el mejor de los casos, inquilinos circunstanciales de un ventilado piso turístico llamado Galicia.
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