El correo americano

Hablar por hablar

Xabier Fole

Xabier Fole

En el programa de Glenn Beck, el actor Richard Dreyfuss pareció sugerir que ciertos subsidios son fundamentales. Este comentario dejó un tanto extrañado al presentador, que pidió al entrevistado que lo aclarara. “En aquel sistema (refiriéndose a las primeras oleadas de inmigración), sí”. Dreyfuss es un hijo de la contracultura que ahora dice no identificarse con ningún partido (aunque en algún momento se autodefinió como “conservador compasivo”). Asegura que dejó su carrera de actor para salvar a su país. “Me enfurece que la gente no entienda lo que significa este lugar”. Fue una entrevista interesante. Por la pasión que desprende el actor al hablar de historia estadounidense (en términos elogiosos, pero no de una manera completamente acrítica) y el tono educado de la conversación. Se supone que ambos coinciden, al menos, en el amor a la patria, hasta el punto de que ambos creen, por razones distintas, que esta ha de ser salvada. Y Dreyfuss (Tiburón, American Grafitti) parece que piensa también que sentarse a hablar sobre estas cuestiones puede ser un buen comienzo.

Es difícil olvidar la trayectoria de Glenn Beck, el precursor de la derecha alternativa que introdujo el tan rentable cóctel de conspiración y demagogia en la televisión por cable. Sabemos que, después de que el actor abandone el plató, el presentador seguirá a lo suyo, con sus teorías rocambolescas sobre enemigos exteriores e interiores, advirtiendo sobre el inminente colapso de la civilización americana y buscando cosas que no encajan, sucesos extraños y peligros que acechan, aunque, eso sí, con otro tono menos melodramático que el que empleaba durante los años convulsos de Fox, más sobrio y corregido. El negocio sigue siendo el negocio. Pero que en ese programa se defienda a un político socialista, Eugene V. Debs, como hizo Dreyfuss, al recordar que Debs fue enviado a la cárcel por una opinión (oponerse a la Primera Guerra Mundial), no deja de ser algo insólito.

“Sentarse a hablar es, sin ninguna duda, algo deseable. El problema es que tal cosa no genera beneficios”

Sentarse a hablar es, sin ninguna duda, algo deseable. El problema es que tal cosa (el diálogo, las buenas formas, la legitimación del adversario, etc.) no genera beneficios. El propio entramado mediático de Beck (hay otros ejemplos) descansa sobre lo contrario: la polarización. Quienes medraron intoxicando a las masas con odio no se les olvida que fue eso, el odio, lo que les proporcionó una identidad, una marca. Sin ese odio, Beck no sería conocido, ese programa no existiría y, por lo tanto, no podría entrevistar a la estrella de Hollywood. Se trata de toda una industria. Existe, por supuesto, la posibilidad de reinvención (y de redención). Ahí tenemos a Howard Stern, que pasó de ser un showman con pretensiones de escandalizar al muy escandalizable público a convertirse en el mejor entrevistador del mundo (una de las que le hizo a Jerry Seinfeld es una obra maestra). Lo de Dreyfuss es una excepción, un alto en el camino para seguir puliendo el personaje. Hablar por hablar.