El Informe Mundial sobre el Edadismo de la ONU hace hincapié en tres pilares fundamentales para evitar la incomprensible lacra de la discriminación por la edad: las políticas y la legislación, la formación y la intergeneracionalidad.
Si bien, en los diccionarios que incluyen el término edadismo, lo definen de forma específica como: “Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas”. Ese mismo informe de la ONU confirma que, aunque en el mundo una de cada dos personas es edadista contra los mayores, en Europa, hay más edadismo contra los jóvenes que contra las personas mayores.
Se trata pues de un dato muy a tener en cuenta a la hora de desarrollar políticas específicas en nuestro continente relacionada con la discriminación etaria ya que, lo que a simple vista parecería que todas las acciones dirigidas a combatir el edadismo deberían estar orientadas hacia un momento cronológico determinado: la vejez, a la vista de lo que señala el informe, la estrategia en nuestro continente debe tener una vocación mucho más intergeneracional con el fin de construir un entorno libre de prejuicios, estereotipos y discriminación por edad de todos los individuos sin excepción sean, niños, adolescentes, jóvenes, maduros, viejos o ancianos.
La mirada debe pues ser holística para observar la sociedad en su conjunto y así poder detectar los puntos cardinales donde se produzcan comportamientos de carácter edadista.
Como podemos observar, analizando los tres ejes aconsejados por el informe de la ONU para paliar la discriminación por la edad, tenemos como primigenio el ámbito formativo. Desde la infancia y a lo largo de la vida es preciso incidir en la puesta en valor y la toma de conciencia de que la longevidad es una oportunidad contemporánea. Uno de los mayores logros de nuestra sociedad gracias al aumento exponencial de la esperanza de vida. Por ello, el tránsito cronológico es algo común a cualquier ser por lo que, poner en cuestión un momento etario determinado, es un sinsentido ya que todos los seres humanos, sin excepción, circulamos por la misma senda.
Es capital que las relaciones intergeneracionales acompañen y complementen la acción formativa más allá de cualquier apartheid de carácter etario. Así, la formación en el ámbito de las relaciones entre personas de diferentes cronologías, llevada a cabo de forma biunívoca y no en dependencia de cualquiera de las partes, no puede quedar simplemente en un aprendizaje teórico. Es fundamental fomentar las prácticas intergeneracionales y para ello detectar, implementar y establecer escenarios naturales, no ficticios, destinados a tal fin. Si una persona desarrolla una vida plena de relaciones intergeneracionales es imposible que pueda ser edadista.
El ámbito de la legislación y de las políticas, sería el punto de confluencia de las acciones previas relacionadas con la formación y las relaciones intergeneracionales. Un lugar donde anotar las principales acciones que ayuden a establecer un marco general y evite las malas praxis, así como desarrollar iniciativas concretas y puntuales que plasmen las necesidades de los diferentes colectivos etarios implicados. En cualquier caso es bueno decir que un poco de anomia no viene nada mal porque deja la puerta abierta para que sea la sociedad la que busque nuevos caminos que, si son interesantes y consensuados, puedan llegar a convertirse en norma.
En este sentido, últimamente se han comenzado a dar pasos importantes en el ámbito legislativo para fomentar la inclusión social de las personas jubiladas en lo relacionado con la compatibilidad de las pensiones con el desarrollo de actividades artísticas y creativas que puedan generar actividad económica. Este es ya un primer paso para lograr una integración real intergeneracional donde de forma biunívoca los mayores puedan, codo con codo, transmitir su experiencia y excedentes de conocimiento a los jóvenes y estos, su osadía y vitalidad a los mayores.