Repensar el milagro del turismo gallego

Alberto Barciela

Alberto Barciela

Compostela es un destino católico de valor universal y se ha convertido en una referencia de primer orden en el turismo, con especial incidencia tras los Xacobeos que Manuel Fraga impulsó desde el mismo inicio de sus mandatos como presidente de la Xunta en 1990, coincidiendo con la alcaldía de Xerardo Estévez, que aportó su formación como arquitecto y urbanista. Entre todos impulsamos la conservación y transformación de la ciudad, y con el mundo del viaje crearon riqueza y empleo.

Pocos espacios ciudadanos habrán sufrido una transformación tan espectacular en tan poco tiempo. Santiago es una referencia en el mundo del viaje y, con el auge de las Rías Baixas, las islas Atlánticas con las Cíes y Ons, la costa lucense, Finisterre, el Ourense termal, la Navidad de Vigo, la gastronomía –con Amigos da Cociña y el Grupo Nove–, los vinos, Galicia Calidade, la Ribeira Sacra, la naturaleza, el turismo rural y las inversiones en los nuevos hoteles, o, de forma muy significativa, el AVE, han contribuido a un crecimiento exponencial del PIB turístico gallego, en una imparable línea ascendente en la que mucho ha aportado el sector privado, el Clúster, o las administraciones públicas, del signo que fuere. La concatenación de esfuerzos se cuenta por éxitos. Pero hace falta más, pues estamos aún lejos de que Compostela o Galicia encuentren su modelo definitivo.

En la ciudad del Apóstol se han producido ya fenómenos de gentrificación, en la que o sobran todos los taxis o no hay ninguno, en la que no se puede aparcar, en la que en momentos determinados durante los Años Santo es imposible acceder a la propia catedral, no digamos al Pórtico, o disfrutar del abrazo al Santo o al botafumeiro, en la que algunos hosteleros –los menos– no se ajustan a las calidades exigibles de un buen servicio. Se han perdido oportunidades como consolidar un Festival Internacional de Música Clásica o de hacer de la Ciudad de la Cultura un parking disuasorio. Se está a tiempo de repensar cómo ocultar los cableados que afean el casco histórico, elaborar un plan de comercio local con sabor o dotar a la urbe de servicios públicos adecuados y suficientes. También es hora de pensar en el turismo de lluvia o de reflexionar sobre el de congresos.

Existen modelos de referencia como Brujas, que eliminó los coches de su espacio urbano, o Málaga con sus centros culturales y parque tecnológico, o el santuario de Fátima, que gestiona eficazmente la presencia de millones de fieles.

En un proyecto estratégico es posible que cada uno haga sus aportaciones. En Santiago y en Galicia hacen falta muchos cambios, y en Finisterre –en donde hay que eliminar la presencia de coches o ciertos olores impropios–, y en la Ensenada de San Simón en donde habrá que empezar a gestionar la visita a las islas, y en los museos que habrán de encontrar una promoción adecuada, incluso puede crearse el Centro Picasso en Coruña. Hay que crear un sistema complementario para los cruceros de pasajeros, no competitivo. Y en algún momento habrá que analizar cómo complementarse con Oporto o cómo competir con la ciudad lusa y su aeropuerto. Algún día habrá que empezar a llamar a los empresarios que saben de turismo, como Amancio López Seijas y otros, y preguntarles cómo se hacen milagros.

El cambio climático traerá problemas y oportunidades pero todo requiere reflexión, imaginación y trabajo. Los turistas reclaman Galicia como ese milagro natural que en muchas zonas todavía podemos salvar. Los gallegos somos sabios pero tenemos una tendencia genética a propiciar el feísmo estético o a sacar marisco denominado de la ría de los mares del ancho mundo, a cambio inventamos el Xacobeo o la moda gallega. Hay que hacer que prevalezca lo último, eso nos hará más sinceros y atractivos.

*Miembro de la Mesa del Turismo de España

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