De nuevo a la conquista de lo imposible

Tenista

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Sostiene Boris Becker que “Rafa Nadal puede convertirse en presidente de España, si quiere”. No le falta razón al extenista alemán, recién salido de una cárcel británica donde ha pasado ocho meses por delitos económicos relacionados con su mansión de Mallorca. Lo que ocurre es que el de Manacor no quiere. No quiere ser presidente del Gobierno, ni hotelero, aunque acabe de crear la marca Zel junto a Meliá, alianza que ha presentado su primer establecimiento en la feria turística de Madrid, Fitur. No quiere ser papa, ni duque (¿lo será algún día?), ni socio de un grupo inversor que tiene restaurantes de famosos y negocios inmobiliarios, que ya lo es, ni impulsor de proyectos académicos y sociales, que también. Quiere jugar al tenis porque el tenis le hace feliz, y porque después de 22 Grand Slam vienen 23, el año en curso, año electoral para algunos.

No ha empezado bien para el campeón de campeones, el que concita casi todas las adhesiones y solo se apea de la competición por un dolor insuperable. Un espíritu difícil de batir, que rechaza conformarse con el dos si puede quedar el uno. Sostiene Boris Becker, quien afirma haber aprendido una dura lección y salido “más fuerte” de prisión, que Nadal es su favorito para ganar el próximo Roland Garros. El germano cree en las segundas oportunidades de la vida para tipos como él, pero sobre todo en la capacidad del mallorquín para resurgir de sus cenizas. “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí. Sin embargo estoy aquí. Resucitando…”, cantaba Mercedes Sosa.

Sufrimiento con opciones

Habla Rafa Nadal con crudeza y sin medias tintas del daño que atenaza su cuerpo, la máquina que le ha convertido en una leyenda del deporte que no quiere ser historia, todavía. “No puedo decir que no esté destruido mentalmente”, declaró hace una semana al caer en la segunda ronda del Open de Australia por una nueva lesión. Harto de traumas que le obligan a descansar, “noqueado”, el tiempo que pasa fuera de la pista juega en su contra. Y la edad. Tiene 36 años y acaba de estrenar paternidad, un cúmulo de cambios de difícil digestión para cualquiera, incluidos los semidioses. Nadie es joven eternamente, el partido contra el calendario no hay quien lo gane. Sin embargo, se puede pelear para rascar minutos antes de colgar la raqueta. “Si llega un momento en que el dolor supera todo lo demás y te quita la ilusión de lograr los objetivos, es el momento de pensar en otras cosas”. Sufrimiento con opciones. Estas palabras no son de ahora. Salieron de su boca hace exactamente un año, 10 días antes de vencer en Melbourne, después de seis meses de parón obligado por sus males crónicos y con la guinda de un COVID. Imposible o no, también ganó Roland Garros, el ATP 500 de Acapulco y el ATP 250 de Melbourne. No está nada mal, para dejar callados a quienes ya le buscaban relevo. Tenis y más tenis, competitivo como quiere ser.

Los prejubiladores de Rafa Nadal llevan años esperando la ocasión de reivindicarse. Si será esta vez, o la que viene, ya veremos. El primero en descartar cualquier atisbo de optimismo fue el tenista manacorí, que reveló “malas sensaciones”.

Víctimas y actores

El niño eterno que levantó la Copa de los Mosqueteros a los 19 años ha de estar entre seis y ocho semanas recuperándose de esta última lesión. Su gran rival, el serbio Novak Djokovic, de 35, también pasea vendas y antiinflamatorios por las pistas y estos días desde las antípodas ha alzado la voz contra quienes manifiestan sospechas sobre sus males. “Cuando otros caen lesionados son las víctimas, pero si se trata de mí, entonces estoy fingiendo. Me parece interesante. No necesito probar nada a nadie”, ha dicho, y los entendidos han vuelto la mirada hacia el mallorquín.

Si Nadal devolverá esa pelota, y otras cuantas y conseguirá otro imposible, estar otra vez al nivel que exige su deporte, lo va a decir el futuro. “Hay que mirar siempre adelante. Al final, la vida me trata demasiado bien para quejarme y no tengo derecho a ello”, señaló tras este último traspiés. Puede que haya otra etapa maravillosa después de la carrera profesional, con otros retos, pero quién tiene ganas de comprobarlo.