Billete de vuelta

Futbolista modelo y modelo de futbolista

Francisco García

Francisco García

Un futbolista de élite, de relevancia internacional, copa estos días portadas y titulares y no precisamente como consecuencia de sus éxitos deportivos, que han sido innumerables a lo largo de su extensa carrera, sino por un hecho tan deleznable como es una supuesta agresión sexual. El deportista en cuestión duerme ya en prisión a cuenta de tamaño delito y pese a que le acoge, como a todo encausado, la presunción de inocencia, los indicios auguran que puede pasar mucho tiempo entre rejas.

Hay futbolistas iconos de la moda que se han convertido en modelos de pasarela y otros que por su afán de superación y perseverancia merecen la calificación de modelos de futbolista. Pero no se puede imponer a los empleados de esta profesión la consideración de modelos sociales: se trata de una responsabilidad enorme, sometida permanentemente al juicio de la muchedumbre y al escrutinio mediático. Ya está bien de cargar sobre la espalda de los futbolistas el peso de la ejemplaridad, la consideración de espejos para la sociedad. No lo son, a la vista salta.

Estos chicos que visten a la última y la lían a la primera hacen famosos hasta a sus peluqueros. Ya lo dijo Di Stefano: “El fútbol de verdad se acabó cuando entró el primer secador de pelo en el vestuario”.

A los futbolistas no se les quiere, se les envidia. Se idolatra lo que se codicia: la fama, la desproporcionada remuneración, la permanencia en la eterna juventud, la metrosexualidad. Pero no tanto la autodisciplina, la superación de los límites, el respeto de las reglas, el valor del trabajo en equipo. Así, entre todos hemos ayudado a levantar ídolos con pies de barro, con algunos de los defectos que adornaban a los dioses del Olimpo: orgullosos, prepotentes, soberbios, arrogantes, en ocasiones crueles.

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