La ola antidemocrática mundial se acelera

Manuel Campo Vidal

Manuel Campo Vidal

Hay momentos cruciales en la historia en que los acontecimientos pegan un brusco acelerón. Vivimos uno de ellos, aunque quizás no lo percibamos en toda su profundidad. Atentos, muy atentos, porque esos acelerones pueden terminar en trompicones, sino en accidente.

Hace dos años las turbas ultraderechistas asaltaron el Capitolio azuzadas por un expresidente, Donald Trump, que no aceptaba su derrota electoral. En su aniversario, las huestes ultras de Bolsonaro superaron el desatino: asaltaron en Brasilia el Parlamento, la Presidencia y el Tribunal Supremo. Los tres poderes. Y algo más, porque llevaban dos meses acampados ante el Cuartel General del Ejército reclamando un golpe de estado. Los instigadores y financiadores de una operación tan compleja y costosa –busquen entre deforestafores de la Amazonia, empresarios ultra conservadores, negacionistas del cambio climático, algunas iglesias, etc– acabarán ante la justicia. El presidente Lula Da Silva promete mano dura, especialmente contra los gobernadores y jefes de policía que toleraron esas protestas. Pero el golpe, en realidad, lo paró una nota de la Casablanca apoyando con claridad al presidente electo. Los poderes fácticos dispuestos a acabar con la democracia brasileña frenaron en seco. Con Trump de inquilino, hubieran tenido cobertura para la fechoría.

"Todos los países invierten ahora más en defensa y miran al espacio como territorio de competición y confrontación, lo que no sucedía"

Hace menos de un año, el presidente Vladimir Putin decidió invadir Ucrania para cambiar el mapa y se lo cambiaron a él. Países hasta entonces neutrales como Suecia y Finlandia ingresaron aceleradamente en la OTAN. Alemania se ha rearmado militar y energéticamente al comprender su error estratégico de depender del gas ruso y confiar en las promesas de paz. Todos los países invierten ahora más en defensa y miran al espacio como territorio de competición y confrontación, lo que no sucedía. La guerra ha desnudado las vergüenzas del temido ejército ruso: tecnologías superadas, material abundante pero caducado, instrucción táctica deficiente y capacidad estratégica casi ridícula, según mandos militares occidentales. No basta con la amenaza (real) del arsenal nuclear y con la crueldad de su infantería acreditada en la represión de civiles. Putin confiaba en el “general invierno” que helaría media Europa y obligaría a la claudicación, pero el cambio climático ha suavizado los rigores; lo cual es mala noticia en otro orden.

Con esos sátrapas declarados –Trump, Bolsonaro y Putin– más los que comparten ideología y métodos solo que no se atreven aún a expresarlo, “vivimos una ola antidemocrática que amenaza la convivencia entre humanos”, ha escrito el profesor Manuel Castells en ‘La Vanguardia’. Detectar partidarios de esa peligrosa corriente y advertir de su presencia en la política y en la sociedad es imprescindible para prevenir la extensión del virus. Miren a su alrededor, vivan donde vivan, y descubrirán políticos perdedores que descalifican a los gobiernos surgidos de las urnas, y a los pactos imprescindibles si no hay mayorías, calificándolos de “ilegítimos”. No es solo una pataleta. Es la conexión explícita con esa ola antidemocrática que nos amenaza. Después continúa eso en la limitación de derechos sociales y laborales ya conseguidos y en la degradación de las condiciones de vida en la sanidad, la educación y el clima de libertades.

El mundo en general está cada vez más polarizado; y dentro de cada país todavía con mayor nitidez. Se atrincheran a ambos lados políticos, comunicadores, jueces y algunos poderes económicos. Romper los bloques es imprescindible. Todo sucede a gran velocidad. En competencia con los mejores guionistas de series que anegan las plataformas televisivas, los telediarios (salvo los meramente propagandísticos) son una crónica diaria de esa aceleración. Calma y reflexión.

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