Filosofía de vida

Carles Francino

Carles Francino

Igual voy tarde y ya debería exhibir el cuchillo entre los dientes. Nos esperan 12 meses de alto voltaje político y no pocas incertidumbres económicas y sociales. Pero abuso de la prórroga que permite felicitar el año nuevo, incluso más allá de Reyes, para enarbolar la bandera de la resistencia. Puede que haberme doctorado como sesentón, o ser abuelo, influya en la jerarquía de prioridades, pero confieso no tener ningún objetivo más ilusionante que intentar ser feliz el máximo tiempo posible. Y me la sopla si suena a rancio o a ñoño. Dicen que de los buenos sentimientos sale mala literatura; me parece discutible. En cualquier caso, esto es solo un modesto artículo de opinión. O de estado de ánimo. Y sí, es posible que en algún momento sucumba a la tentación del ruido y la furia; pero no pienso rendirme de buenas a primeras a la caterva de apocalípticos, cenizos y faltones que intentan colonizar la conversación pública.

Nuestro día a día incluye dificultades, desde luego, injusticias y sinsabores; nadie habló de renunciar a ningún principio ni de no encabritarse cuando toque. Pero también tenemos al alcance disfrutar de personas y experiencias que en cualquier momento pueden desaparecer, lo cual revela el tremendo error de no cuidarlas. O sea que si lo que toca es hacer lista de buenos propósitos, yo me apunto a escuchar más que nunca a quienes no piensan como yo; a seguir queriendo a quienes más me importan; a captar en la cultura los nutrientes que conjuren el peligro de convertirme en un energúmeno y, por encima de todo, a refugiarme en el humor como vacuna contra casi todo. La verdad es que tampoco hay que ser muy avispado para detectar intereses espurios en esa ofensiva de los profesionales del mal rollo, a lo que se unen las habituales dosis de estupidez colectiva y la adicción que provoca abonarse a la bronca. Pero a mí que no me esperen. Ante ellos –y ellas– pienso practicar eso que recomienda el filósofo de moda, Byung-Chul Han, en su último libro: la inactividad, que “no es una debilidad, ni una falta, sino una forma de esplendor de la existencia humana”.

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